MIGUEL ROCA JUNYENT
La Audiencia vapulea a un juez mediocre con aspiraciones al estrellato
Querido Miguel…
JoséCastro es un juez mediocre, de biografía menor y de prestigio discutible. Próximo a la jubilación obligatoria, y pensando tal vez en un ejercicio futuro de la abogacía, ha visto en el caso Nóos el trampolín para saltar al estrellato. Y por eso ha prolongado el procedimiento con delectación inextinguible. Según muchos analistas, le está haciendo el juego al miserable Torres, aceptando el calculado goteo de los mensajes y e-mails para mantenerse en primera plana de los periódicos impresos, hablados, audiovisuales y digitales. «¿Por qué con medios injustos se alcanza un alto lugar, se pregunta Melendo en Los pechos privilegiados de RuizdeAlarcón?» La Audiencia ha puesto plazo a la tropelía con el fin de cercenar el juego del insólito gota a gota administrado a la imputación imaginaria.
Si Cristina de Borbón hubiera prevaricado está claro que debe ser imputada, aunque sea Infanta. La ley es igual para todos. Pero si no existen indicios razonables de prevaricación no se la puede imputar, porque sea Infanta. Y eso es lo que ha hecho el juez Castro. Eso es lo que ha dictaminado la Audiencia de Palma. Los 14 indicios amontonados por Castro son inconsistentes, débiles y equívocos. El cachete recibido por su señoría en asunto de tan grueso calibre aconsejaría que el señor Castro se retirara del procedimiento. No lo hará. Está clara su pretensión de prolongar el minuto de gloria de su vida grisácea.
Todos los juristas que he consultado, de la más varia ideología por cierto, afirman que los 14 indicios aportados por el juez son puro voluntarismo y que si de lo que se trata es de administrar justicia no se tienen en pie. La decisión de la Audiencia de Palma ha sido lógica y coherente. Incluso ha demostrado su independencia señalando una vía de investigación –la fiscal– para los más exigentes.
Te escribo estas líneas públicas, mi querido Miguel, porque quiero felicitarte por la mesura, el buen sentido, la sabiduría jurídica con la que estás llevando un asunto especialmente agrio y erizado de aristas. La ponderación de tus declaraciones públicas, el escrito con el que desbarataste los 14 indicios aireados por el juez para lucirse imputando a una Infanta, y el temple que una vez más has demostrado, avalan el acierto de la Casa del Rey al poner en tus manos un asunto del que quedan muchos flecos porque hay que esperar la reacción de la mediocridad del juez vapuleado. A FranciscodeQuevedo, el escritor cáustico de la palabra pedernal y estevada, le corresponde la frase que se lee en PolíticadeDios…: «Menos mal hacen los delincuentes que algún juez».
ALFREDO LANDA
Alma de celuloide y corazón abierto
Querido Alfredo…
Tenías el alma de celuloide y la piel sonora de la claqueta. Eras la historia del cine español y caminabas con ella a cuestas. Como ha escrito bellamente EduardoMendicutti, tus ojos bebían del corazón. No tenías otra pasión que la indiferencia a las insidias y a los correveidiles. Tus labios envejecieron ante la palabra yacente y los ídolos derrotados. Eras el cantor de las heridas. Te estremecía la lectura de MiguelDelibes. Escuchabas siempre las voces del vértigo. La lluvia de tantos y tantos éxitos te resbalaba y se hacía herrumbre entre tus dedos. Te sacudiste un día el hervor germinal, la ebriedad azul de los años perfumados, para refugiarte en la oquedad de la santa inocencia. Una milana inmóvil se adueñó de tu sombra. Te habías convertido ya en el gran actor que siempre anidó en ti, en un actor no solo admirado por el público, sino, sobre todo, querido. Después hiciste frente a la realidad atroz de la vida. No entendías el por qué de los dioses extinguidos y, desde tu silla de ruedas, solo veías luz en los salones de la muerte. La oscura penumbra del más allá te azotaba como el viento ronzar sobre las praderas navarras de tu infancia.
Desde que te conocí en La loca de Chaillot, querido Alfredo, cuántos años de conversaciones y encuentros, cuántos paseos por el Madrid canalla de las rabizas y los navajeros, cuántas horas de tertulia en el periódico entre el fragor de las rotativas encabritadas, medio siglo, en fin, de admiración y amistad. Escribí lo que pensaba de ti como actor cuando la Luz de domingo, de Garci, el gran sabio de nuestro cine. Me llamaste y percibí la emoción de tus palabras. Quedamos a comer en un hotel. Fue la última conversación larga contigo. Cuando hablabas se escuchaba la soledad del cine español. Despellejaste sin ira a una buena parte de tus compañeros actores y actrices. Todavía tenías la garganta llena de luz y la inteligencia no se te había devastado entre los escombros de la edad. Te habrías sentido, en fin, abrumado por el torrente de landismos y topicazos de la España cañí que los periódicos, con alguna excepción relevante como la de LauraSeoane, han derramado sobre ti. Pero no sé de qué me quejo, no sé si me estoy quejando, porque caminas ya, mi admirado Alfredo, por tus bosques animados, entre luces prodigiosas y rosas al viento, escuchando para siempre las canciones de cuna y la música del río que a todos nos lleva al mar.
ALBERT BOADELLA
Teatro privado y también teatro público
Querido Albert…
Allí donde no llega la sociedad debe hacerlo el Estado. El ciudadano tiene derecho a la cultura de la misma forma que a la educación, la sanidad o la vivienda. La explotación comercial de una parte sustancial de nuestro teatro clásico –Lope, Tirso, Cervantes, Ruizde Alarcón, Calderón…– es casi imposible. Demasiados personajes, multitud de figurantes, cambios de decorados, vestuarios carísimos hacen imposible que lo recaudado por las entradas cubra el gasto inevitable. En otro sentido, ocurre lo mismo con una buena parte del teatro alternativo, donde se refleja la zozobra y la inquietud artística de los autores, directores, actores y actrices de la escena española. Y como la sociedad no llega para ofrecer ni el teatro clásico ni el teatro alternativo, allí debe aparecer el Estado, eso sí, sin despilfarros ni nóminas excesivas.
Acudí al ciclo Conversaciones en el Galileo, organizado por la inteligencia de IsabelMartínezCubells, para escucharte. Eres uno de los nombres realmente grandes del teatro español. Autor, director, actor, escenógrafo, triunfaste en el teatro privado con el Els Joglars durante varias décadas. Te opusiste a la dictadura con mucho riesgo. Contaste la verdad sobre el caudillo en Buen viaje, Excelencia, la réplica al Franco, ese hombre de ManuelFraga. Fuiste provocador, transgresor, hiriente y sabio como debe ser el hombre enamorado del teatro. Ahora estas al frente de los Teatros del Canal, una experiencia pública que viene a completar tu trayectoria impecable.
Estuviste magnifico, querido Albert. Todo lo que dijiste asombró a un público expectante y yo te escribo estas líneas para felicitarte y para alentarte a que sigas desbrozando el camino que nos permite avanzar a los buenos aficionados del teatro y también, como escribiría AngélicaLiddell a los otros espectadores, «cardenales, nobles, burgueses, políticos, banqueros, tertulianos y demás necios».