Adiós a todo eso

Mourinho fue.

(Tómense unos segundos para hacer la transición. Contaré a tres y quienes aún no lo hayan digerido no serán sino tropa de terracota. Uno, dos, tres. Ya).

El Real Madrid continúa.

En los evangelios figura la negación original de nuestra cultura, que ha ido repitiéndose hasta alcanzar incluso las historias de mafiosos y las de próceres, suponiendo que no sean las mismas. Cuando un personalismo tan fuerte es desmantelado por la derrota, está en la naturaleza humana que quienes formaron parte de él hagan un acto de ruptura muy explícito que los ayude a sobrevivir en el día siguiente. Acercándose el final de esta intensa trama de fútbol que nos mantuvo en tensión durante tres años, el primero en hacerlo ha sido Pepe, quien ¡precisamente ahora! colisiona con su entrenador y se amiga con quien, es fácil suponerlo, regirá en el vestuario durante las próximas temporadas. Pero hombre, Pepe, esos cojones, en Despeñaperros, no a entrenador acabado. El destino de Pepe, como el de todo el que sea capturado tratando de huir con ropa de civil, dependerá ahora de los juicios de Nuremberg que van a montar en el Txistu, pero espero que la frase se la valoren como eximente, se lo ha ganado.

Si la crisis actual y la salida del entrenador se debieran únicamente a razones deportivas, deberíamos colegir que el Real Madrid ya está atenazado por una obsesión con la Copa de Europa comparable a la que devoró proyectos y entrenadores durante las tres décadas de enorme impaciencia que estuvo sin ganarla. O César, o nada; o Décima, o mortificación. No importa. En realidad, es un atolladero consecuente con cierto sentido legendario de la tradición, y ha de aceptarse por tanto como un daño colateral de la grandeza. Lo que ocurre es que hay más razones, aparte de las deportivas. Y éstas van a marcar nocivamente el futuro del Real Madrid. Se refieren al fracaso de Mourinho en el intento de extirpar cuestionamientos de la autoridad en el vestuario –el antaño mítico vedetismo– y poderes fácticos, externos al club, con los que nadie antes se enfrentó. Por ejemplo. ¿Cabe imaginar cuán dóciles vendrán los entrenadores del porvenir, en cuanto se propague la noticia de que uno de los técnicos más prestigiosos y con más personalidad del mundo fue literalmente destrozado por la mayor campaña periodística de desprestigio de la que haya noticia en España, Bush y Aznar incluidos? Será difícil que el Real Madrid vuelva a atreverse a existir sin miedo al escrache periodístico, porque Mourinho lo hizo, perdió, involucraron incluso a su familia en la rebatiña, y al cabo se marcha habiendo envejecido 10 años en tres. Que pase el siguiente.

Florentino Pérez nunca ha tenido un criterio vertebral con el que dirigir el Real Madrid. Primero fabricó un club presidencialista que creía en la acumulación de supercracks y despreciaba la función del entrenador, condenado al escalón jerárquico de los ornamentos. Fue entonces, mientras el Real Madrid depredaba técnicos a ritmo de Jesús Gil, cuando se consagró el prototipo Queiroz. Como esa fórmula fracasó, y como además el Barcelona de Guardiola estaba haciendo un destrozo que iba a enviar Chamartín al neolítico, el presidente basculó hacia un modelo antagónico con el que, paradójicamente, Florentino acababa con el florentinismo: el del entrenador investido de poder, dueño de las decisiones y hasta del discurso.

Agotado por una tensión de tres años, y probablemente ansioso por restañar relaciones que le hagan más apacible el siguiente mandato, era previsible que Florentino Pérez volviera a bascular, a improvisar otro canon, lo que él mismo llamó alguna vez el nuevo impulso. Una época de claudicación, sin las fricciones de un afán refundador, sin los traumas internos que trae la puesta en cuestión de todo. Una era en la que el ocupante de la tribuna pueda encender su puro reconociendo todo cuanto tiene alrededor como parte de algo que vino en herencia. Unos años sin más audacias que los matrimonios de Di Stéfano. Para todo eso, y no pudiendo disponer de Del Bosque por las malas relaciones personales, en verdad no hay nadie más adecuado que Carlo Ancelotti. Aún no ha llegado, y ya he podido leer que su modo de vestir rezuma ¡señorío!

Lo que se nos viene es la Restauración. Tómense unos segundos, pero tampoco se me hagan profesionales de la viudedad como Yoko Ono. Contaré a tres y, después de eso, Mourinho fue.