Ya toca

Un día un viejo socialista se llevó a Félix Bayón a la cafetería del Congreso y le instó a adivinar quién iba a ascender en el partido en los próximos diez años. Bayón fue señalando a diputados según su juventud, su arrojo o su inteligencia hasta que el histórico cargo le cortó en seco: «Aquel», dijo señalando al camarero, que iba de una mesa a otra sirviendo a todo el mundo con una sonrisa.

Bayón refería la historia no tanto por el anonimato como por la obsequiosidad. Yo desconozco quién está llevando los cafés más rapido en el PSOE pero el partido se encuentra en una paradoja no mayor que la actual: si a un candidato a la Presidencia del Gobierno tiene que conocerlo todo el mundo, a un candidato a dirigir el partido no tiene que conocerlo nadie, como dijo Gistau. Es la herencia recibida.

Rubalcaba es un peso muerto cuya finísima tragedia es que él lo sabe mejor que nadie. Ser consciente de las limitaciones propias es el mayor rasgo de talento que un político puede explotar: Rubalcaba ha sobrevivido gracias a él y está hundiendo al PSOE por omisión de auxilio en accidente. Su insistencia en mantener el partido en suspensión, sabiendo que no lo hace por ingenuidad o candidez, habría que inscribirla en un movimiento maquiavélico según el cual estaría a la espera de ungir a alguien con el que seguir desarrollando su rol fatídico de secundario.

Ése es el dilema al que se enfrenta hermosamente el PSOE y que tiene mucho de literario: asistir impasible en los próximos meses al espectáculo de un suicidio wertheriano con el que Rubalcaba, enamorado sibilinamente del poder, se desvanece con las campanadas a medianoche, o convocar primarias con urgencia. El «no toca» en el que se protegen unos y otros como esos ciclistas de pruebas en pista que ganan ventaja según lo lento que vayan no tiene sentido; en un país cuyo partido del poder está más pendiente de su ex tesorero que de la calle, el «no toca» es una dejación de funciones que roza el absentismo laboral.

Pachi Vázquez le dijo ayer a Rubalcaba que sus primarias teledirigidas, al menos en Galicia, son historia. Vázquez, que según uno de sus barones provinciales preparó las autonómicas con tanto celo para perder que hasta calculó un escaño de menos por la euforia que le echó, pues lo que le importaba no era la Xunta sino el control absoluto del partido, le ha dicho a Rubalcaba en Galicia lo que piensa el PSOE en Madrid y no digamos ya en Cataluña: que su tiempo está acabado y que esto es la prolongación artificial de un cuento que alguien le ha hecho creer como en El show de Truman con seis personas moviéndose a su compás. Sólo falta ya, visto lo visto, que se lo diga su espejo como a la madrastra; y al fin y al cabo qué otra cosa ha sido Rubalcaba en el PSOE sino una madrastra.