Jorge y el dragón

NO ES la política, sino la amistad, lo que hace insólitos compañeros de cama: Losantos y Labordeta, por ejemplo, o De Gaulle y Malraux. Mucha gente, en los mentideros del liberalismo, la derecha y la mística, se extraña de que yo sea tan amigo de Verstrynge como, en efecto, lo soy y me lo reprocha. Supongo que a él le ocurre lo mismo, respecto a mí, en las filas de los indignados, los desahuciados, los okupas y los antisistema. Citaré una vez más a Proust: «Lo que une a las personas no es la identidad de pensamiento, sino la consanguinidad de espíritu». Jorge y yo hemos seguido a lo largo de la vida trayectorias similares, aunque en sentido inverso. Él viene de donde estoy y va hacia donde estuve. Yo voy hacia donde estuvo y vengo de donde está. Las ideas pasan; el carácter permanece. Soy un reaccionario que fue revolucionario; Jorge es un revolucionario que fue reaccionario. Hemos tanteado, hemos experimentado, hemos probado de todo, en lo concerniente a las ideologías, y de todas hemos salido fanés y tarifando, porque ninguna sirve. Yo he sido de comunión diaria, ateo, comunista, trotskista, socialdemócrata, anarquista, medio budista, liberal, siempre, e incluso, en mi madurez, joseantoniano (entre otras cosas); él ha sido en su adolescencia -dicen- medio nazi, incluso, y luego, entre otras cosas, alumno de Fraga, secretario de Alianza Popular, socialista, afrancesado, europeísta, comunista con ribetes estalinistas, bolivariano a la manera de Chávez, estratega de la guerra asimétrica, antiglobalizador y lo que te rondaré. Pero todo eso, tanto zigzag, el suyo y el mío, tiene un denominador común: siempre en contra de los hombres grises y a la contra de las idées reçues (Flaubert), los oficialismos y los discursos dominantes. Somos dinamiteros sin dinamita que una y otra vez, desde posturas opuestas y apuestas, buscamos las cosquillas a los biempensantes, pero también personas de esas, machadianas, que donde hay vino, beben champán, donde no hay Mumm, agua Perrier, y que tratan al prójimo como a uno mismo. No desfallezcas, Jorge, pedazo de cronopio. Sigue así y deja que chapoteen en su muermo los famas y los glorias de Cortázar.Un taxista me dijo: «¡Salud, anarquía y cada noche una tía!». No es mal plan. ¿Hace? Que no lo sepa Mercedes. Y si quieres traerte un adoquín, tráelo, pero procura no dar con él a nadie, y menos a mí, por muy enemigo que sea del escrache. Lo soy.