El Príncipe sí cree en el juez

AYER FUE un día extraordinario desde el punto de vista mediático. No hubo nadie que no se significara sobre la imputación de la Infanta y lo que puede suponer; pero, en general, pocos medios desmontaron la convicción popular de que, tras el de político, los oficios menos de fiar son el de juez y el de periodista. Como el CIS ya no pregunta por el Rey y su familia, no sea que le contesten, dejamos aparte el crédito de la Imputada, aunque no creo que supere el de políticos, jueces y periodistas. Sin embargo, ayer, al Príncipe de Asturias el travieso destino lo puso en la tesitura de hablar de los jueces en un acto acordado tiempo atrás. Y habló para pedirles fuerza y confianza. O sea, que frente a los fieros ataques de los medios cortesanos fue el hermano de la imputada Borbón el que mejor defendió la presunción de inocencia del juez Castro.

Yo no soy devoto de Castro. Creo que la imputación debió producirse hace un año, pero, vista la ferocidad con que ayer lo atacaron medios y políticos del PP, su auto, aunque prolijo, está más que autojustificado, porque lo redactó barruntando la granizada y acertó en lo meteorológico. Bastaban dos argumentos: que la mayor parte del dinero trincado por Nóos y Aizoon está en manos de Urdangarin y señora (palacete de Pedralbes, pisos en Palma y Tarrasa, cuentas en Suiza y paraísos fiscales) y que la Infanta firmó todas las actas de Nóos y tiene el 50% de Aizoon. Estos son hechos, no hipótesis. Y se deben juzgar hechos, no intenciones.

Ayer, Martínez Pujalte dijo que el juez Castro busca protagonismo, y Margallo, que perjudica mucho a la Marca España. Pero hay dos clases de protagonismo judicial: Alaya y Gómez Bermúdez, antes Garzón. Y lo que ha perjudicado la imagen de España, antes de la imputación, son las andanzas de Corinna y el Rey, la corrupción de un sultanato disfrazado. Sí, esa Corinna con la que dice Margallo que se reúne en privado, no sé si para cortejarla o para enterarse de los oscuros negocios que la maitresse en titre o entrañable amiga del Rey gestionó para sí y para otrosí. Hace siete años o, al menos, dos nochebuenas el Rey pudo y debió echar de su Familia a Cristina y a Urdangarin. De hacerlo, la Corona y España no padecerían hoy descrédito alguno. Y Margallo haría menos el ridículo.

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