Rajoy es menos que Mas

ES UNA PENA que por culpa del mal tiempo se hayan suspendido tantas procesiones de Semana Santa y no haya habido una mísera granizada para impedir una clásica ceremonia penitencial: la del presidente del Gobierno español ofreciendo oro y transferencias al presidente de la Generalidad catalana a cambio de aplazar un año más la independencia. Cataluña se ha convertido para España en una ruina en incómodos plazos; pero la casta política española la sigue viendo sólo como un tributo anual de legislatura. Desde 1977, el inquilino de La Moncloa se siente obligado, aun sin necesitarlo, a entregar dinero y soberanía al separatismo catalán: para que no matase como el vasco, para que no se separase del todo o para que «se sintiera cómodo» en España. El resultado era previsible: a España ya no le queda soberanía que enajenar y Cataluña es incapaz de gestionar las grandes sumas que le ha ido entregando cada Gobierno antes de votar los Presupuestos. La dependencia económica, aunque sea con contrapartida política, tiene estas consecuencias: uno se acostumbra a gastar lo que no ha tenido que ganar; y llega un momento en que olvida el significado de ganar y gastar.

Pero la función crea el órgano: cuanta más soberanía cede España, más pide Cataluña; y cuanto más dinero hay, más derrocha y más necesita. Dos generaciones de Gobiernos pródigos y Generalidades dilapidadoras han creado algo peor que una quiebra: una costumbre, aunque sea la de quebrar. Desde los últimos años de Zapatero, Cataluña está en quiebra, declarada o no. Con el Tripartito, el agujero se iba tapando con enjuagues presupuestarios y tocomochos contables, pero tras devolver a los corrales al nacionalismo charnego del PSC, el separatismo fetén de CiU y ERC se hizo con todo y se puso económicamente a pedir y políticamente a embestir. Se pensó que tras el 11 de Septiembre de 2012, el referéndum ilegal a la vista y 2014 como fecha fija para la independencia, los nacionalistas dejarían de pedir dinero. Error. Incapaces de vivir por su cuenta, seguros de que la debilidad de la costumbre o la costumbre de la debilidad abrirían una vez más las arcas del Estado Opresor para servirse a su gusto, Artur Mas, el hombre gris mandíbula, ha pasado por los predios de Rajoy imponiendo sus condiciones. Y Rajoy, que es menos que Mas, se muestra discreto, feliz, satisfechísimo. Milagro es que no se haya tirado al suelo a lavar los pies de los ruinosos y arruinados consejeros de la Generalidad. Otro año, con suerte, ya no será.