Un dos en la quiniela

CURIOSO hombre, Pere Navarro. En una semana ha pedido que el Rey abdique y que los catalanes puedan decidir su futuro, sin ser él ni lo uno ni lo otro. Esa complejidad angustiosa retrata a líderes atormentados. El primer requisito para ser socialista catalán es el tormento; el último es haber sido ministro de Defensa del Ejército español.

El PSC lleva años considerando al PSOE como su marca madrileña sin que el PSOE sepa nada, embelesado consigo mismo y sus traumas históricos. El escándalo de estos días se debe a que se enteró de golpe. Cuando Zapatero fue a decir que aceptaría el Estatut que saliese de Cataluña muchos creyeron ver un drama en la frase, pero el drama fue que se la creyó. Se creyó a sí mismo, olvidando que la primera obligación de un político es decir cosas sin creérselas del todo. Pero Zapatero estaba convencido de que el PSC, con su folclore propio, era una rama del PSOE que se avendría a sus dictados sentimentales. Ni siquiera después, cuando le invitaron a tragarse un sable, pudo comprobar el grado de rotura que había en todo ello.

Rubalcaba dijo ayer que revisará estas relaciones, pero que convenía cuidarlas porque los pesoes eran uno de los pocos vínculos no erosionados entre España y Cataluña, y eso el mismo día en que se juega un Barça-Madrid, que no sólo es un vínculo no erosionado sino que es un vínculo en esplendor. Sería mejor que Rubalcaba no revisase nada: podría comprobar que a ciertos niveles en los últimos diez años el verdadero PSC tuvo que haber sido el PP. Y aunque siempre he defendido que en el PSOE se tiren los trastos a la cabeza por ciertas cuestiones, tan diferente al peculiar militarismo ideológico de puertas afuera del PP, rebajar a rango de discrepancia que en el mismo partido unos defiendan que Cataluña vote separarse de España me recuerda a Woody Allen: «¿Qué te has ido de casa con él? Oye, no quiero llegar a esto pero te voy a tener que dejar».

Chacón ha preferido saltarse la disciplina de voto del PSC. Hay que observar su soledad: la única de 14. Es la proporción adecuada del peso socialista español en Cataluña: un dos en la quiniela. Y es, por lo demás, un peso estratégico. Chacón es una figura fascinante por lo sinuosa. Es como el amor después del amor, pero en Zapatero. Tratará de atemperar sus virtudes y trastocar sus defectos, pues Zapatero, como Gil de Biedma, hubiera sido mejor con los mismos defectos pero con menos virtudes. Que fueron, todo hay que decirlo, devastadoras.