Subversión frente a poder

Teatro

'ANTÍGONA'

Autor: Jean Anouilh. / Versión y dirección: Rubén Ochandiano y Carlos Dorrego. / Escenografía: Shiloh Garrel. / Iluminación: Gomez-Cornejo. / Reparto: David Kammenos, Najwa Nimri, Berta Ojea, Toni Acosta, Sergio Mur, Rubén Ochandiano, Nico Romero. / Escenario: Naves del Matadero.

Calificación:

Antígona es la subversión frente a la tiranía: la razón individual frente a la razón de Estado. Rubén Ochandiano no altera, básicamente, la dialéctica entre dictadura y contrapoder del texto de Anouilh. Como dice el cínico Creón, la obsesión por enterrar a Polinice, terrorista y traidor, es un acto estéril: los dos hermanos, Eteocles y Polinice eran dos perfectos hijoputas que se mataron simultánea y recíprocamente a cuchilladas. Estrenada en plena Guerra Mundial, se buscaron analogías entre Creonte y Petain y entre Antígona y la resistencia francesa. No está del todo claro, o por lo menos explícito, aunque similitudes de ese tipo pueden resultar legítimas y no disuenan demasiado. Peor fue la versión zapaterista de hace pocos años: Alianza de Civilizaciones e indignados de la Puerta del Sol.

La adscripción del conflicto entre Creon y Antígona a la actual circunstancia española de crisis, corrupción y quiebra del sistema, se deduce más de los letreros finales «bienvenidos a España» que del texto en sí bastante generalista; o del pasodoble Suspiros de España, que cantaba doña Concha Piquer.

Es admirable el juego que puede dar la canción española, en tiempos denostada por algunos intelectuales progres. Su raíz popular y testimonial se ha impuesto a las pajas mentales de muchos sobre la sedicente naturaleza franquista de la copla.

Esta licencia cañí puede explicarse en el contexto circense del metateatro en que se mueve este montaje: la mujer barbuda, la maternal nodriza, y el payaso con sus zapatones, el soldado sicario. Las disquisiciones sobre el teatro tratan de convencernos de que en un joven político trepa, Ochandiano, podemos ver a un tirano con canas y barba, Creón; lo cual es mucho imaginar.

Antígona vale tanto para ejemplificar la subversión frente a un poder infame, como para dilucidar la diferencia entre drama y tragedia y la esencia de ésta. Frente a la teoría de Arthur Miller y de Buero -la tragedia de la esperanza- la noción clásica se reafirma en la inevitabilidad de lo fatal.

Eso no autoriza a Ochandiano y Dorrego a trivializar con un final burocrático y blando hora y media de tensión, que personifica, sobre todo, la energía de Najwa Nimri, rebelde hasta la extenuación, cerrada a cualquier componenda pactista. Nimri es el soporte actoral frente a su hermana Ismene (Toni Costa), un poco tonta de tanta medrosa neutralidad.

Ante la tozudez de Antígona, sus adversarios se debilitan un poco, menos la nodriza barbuda (Berta Ojea) y David Kammenos, una especie de corifeo exótico y políglota. El papel de Hemón queda difuminado en un cachas de gimnasio. Acaso con intención irónica Ochandiano prosifica y amanera al temible Creonte. Pero el montaje tiene ambición y objetivos de grandeza.