Lincoln, el corruptor

(Viene un poco de 'spoiler'. La columna no está recomendada para los que quieran ver Lincoln. Vale.)

Un momento delicado para que exhiban Lincoln en España. Aún no entiendo cómo no se concentran los quincemesinos delante de los cines exigiendo la inmediata paralización de las proyecciones. Diciéndole a Spielberg que se meta nuestras hipotecas por su holocausto negro, maniobra que ya exigieron en Madrid la mañana del 15 de noviembre de 2008. Porque Lincoln, antes que cualquier otra cosa, es un admirable canto a la corrupción. Es fácil resumir de qué va. Lo dice el imperial Thaddeus Stevens en la cama con su negra: «La medida más importante del siglo XIX fue aprobada gracias a la corrupción instigada y favorecida por el hombre más puro de América». La corrupción era elemental: chantajes, dinero y puestos de trabajo. A cambio de todo eso unos cuantos congresistas demócratas (en ese partido estaba el núcleo duro del esclavismo) y algún republicano díscolo se avinieron a aprobar la abolición de la esclavitud. Contrasta el tamaño de la dádiva con el del objetivo. Sí, eso es la política, viruta sucia para el esplendor. En América, que es un gran país inconcebible, ya se ha publicado un libro que examina las relaciones faction/fiction entre Lincoln y Lincoln. La compra de los votos pertenece, sin duda, a la verdad histórica, aunque la cuantía del dinero negro, ¡qué cosas y qué metáfora!, no haya quedado documentada.

Sin embargo, ni mucho menos es ésa la corrupción principal de Lincoln. El filme, una lección narrativa tan poderosa que convierte una árida negociación política en un thriller, subraya claramente cuál fue el primer tormento moral del presidente Lincoln: prolongar unos días la guerra civil a cambio de lograr la abolición de la esclavitud. Fueron unas pocas semanas probablemente, pero la calidad del dilema se aprecia bien desde el punto de vista de las madres que en esas semanas enviaron a sus hijos a la guerra: la misma mujer de Lincoln, madre de quinto postrero. Y qué decir del punto de vista de las madres que en esas semanas los perdieron. Se entenderá cuando escribo «la corrupción principal». Una cosa es poner dinero a cambio de la libertad. Otra es poner cadáveres. Se entenderá también que cuando se liquida la complejidad de la política aguarda la desnuda corrupción de la caverna.

>Vea el videoblog de Carlos Cuesta La escopeta nacional. Hoy: La transición, en juego