El gol de 'Francé'

El 28 de abril de 2011, la policía tuvo que acudir al hotel Golden Tulip de Beirut. Dos libaneses estaban pegándose, por culpa de Pepe. Uno era del Madrid, el otro del Barça, y durante la ida de la semifinal de Champions llegaron a las manos tras una falta del central madridista. Supongo que ni uno ni otro estuvieron jamás en España. Yo era el único ciudadano español ante la pantalla gigante del hotel, y, por lo que recuerdo, fui el único que permaneció más o menos callado durante el partido. Esa noche descubrí lo rara que es la globalización del fútbol.

Ya no se puede discutir la existencia de una élite mundial de clubes. Los guerrilleros africanos van a matar o a morir con una camiseta del Barça, del Madrid o del Manchester; los autobuses israelíes llevan grandes pegatinas del Barcelona o del Madrid; cuesta encontrar en Hong Kong a alguien que no tenga una opinión definida sobre las salidas de Casillas o sobre la ausencia de un delantero centro clásico en el Barça. Esto funciona así y no hay marcha atrás.

Me parece muy bien. Cualquier cosa que tienda a borrar fronteras me parece bien, por principio. También entiendo, sin embargo, que el aficionado remoto se pierde algo muy importante.

Había que ser romano y romanista para disfrutar ese instante del sábado en que Francesco Totti, Francé para los romanos romanistas, rompió la red de la Juve con un cañonazo casi pornográfico. Había que tener contabilizados los clavos en su rodilla y las heridas, había que tener presente el trote dolorido de un futbolista que ya marcaba goles cuando Tassotti dio el codazo a Luis Enrique. Y había que ser consciente de que Francé sólo ha jugado para un club: la Roma.

Pero hacía falta más. Hacía falta entender el dialecto romanesco, apreciar la pasta de tal restaurantito del Trastévere, saber qué significan cuatro dedos bajo un mentón romano e idolatrar a Alberto Sordi. O sea, hacía falta ser romano. Totti ya era el puppone de oro cuando, como jugador infantil, le recibió el Papa Juan Pablo II. Marcó su primer gol en la Serie A con 17 años. A los 21 se puso el brazalete de capitán. Y nunca aceptó que le traspasaran, ni al Real Madrid ni a ningún sitio.

Un equipo puede jugar bien con once futbolistas de once nacionalidades. Ocurre a veces. El Inter, si no me equiovoco, fue el primer club europeo en sacar un once sin un solo italiano; normal, al fin y al cabo se llama Internazionale. Otros están muy cerca.

Pero el futbolista de casa, el que se ha visto crecer desde niño, el que siente los colores igual que el hincha de la grada superior izquierda, constituye algo especial. Eso que, en el lenguaje gilipollesco que los periodistas importamos de la NBA o de vete a saber dónde, se llama «jugador franquicia», contiene tal carga emotiva que llega a hacerse peligroso. Cuanto más insólito, más peligroso. Piense el lector en Raúl, o en Casillas: son tan especiales que dividen a la afición, incomodan al técnico y acaban marchándose de mala manera, tras largos debates públicos sobre su excesiva influencia. El Barça tiene la suerte de contar con varios, lo cual diluye responsabilidades.

La Roma es una institución tan caótica como cualquiera y en varias ocasiones ha rozado la quiebra. Me refiero a la quiebra formal, firmada por un juez. En la quiebra real lleva años, como la gran mayoría de los clubes italianos y españoles. A pesar de las estrecheces, sin embargo, ha sabido conservar a Totti. Ni él ha querido irse ni los propietarios le han echado.

A sus 36 años, con un montón de lesiones a la espalda e incapaz de echarse una carrera, Totti es discutido en las gradas del Estadio Olímpico, en los cafés y en las tremebundas radios romanas. Se dice que mientras él permanezca no será posible renovar el vestuario, que manda demasiado, que pierde muchos balones, que comete faltas absurdas. Pero el mejor 9 falso del fútbol mundial durante la temporada que va de Di Stéfano a Messi permanece en los sueños húmedos de los romanistas, y tenía que ser él quien acabara con la arrogante Juventus norteña, de nuevo líder. Como aquella tarde de 2006 en que, con un 4-0 a la Juve, Totti heredó de Maradona la condición de héroe del sur italiano.

Ningún romanista, ningún italiano debería olvidar la tanda de penaltis del 29 de junio de 2000. Italia-Holanda, semifinal de la Eurocopa. En la portería holandesa, el enorme Van der Saar. Ningún italiano se atreve a tirar. Y entonces aparece Totti: Nun te preocupá, mo je faccio er cucchiaio. Nadie le entendió, pero lo hizo. Tiró el penalti a lo Panenka y se acabó Van der Saar.

Llamar a un tipo así «jugador franquicia» es prácticamente un insulto.