MARIANO RAJOY

Bárcenas: la sombra de Garzón es alargada

Querido presidente…

¿Le entregó el sinuoso Bárcenas a Baltasar Garzón la documentación que El País ha hecho pública? ¿Quiso el tesorero felón ganarse el favor del juez entonces estrella, hoy estrellado? ¿Dejó en manos de Garzón además de lo ya publicado, los recibís que pondrían en marcha la caravana de las dimisiones? ¿Los guardó para quedarse con la última carta del chantaje al Partido Popular?

En El País niegan que el confidente filtrador haya sido Baltasar Garzón aunque saben que, desde hace dos años, el juez guardaba la documentación del escándalo. Todo son conjeturas que meten también en el ajo a Cristóbal Páez y a una destacada dirigente política.

Entre tanto rebuzno interesado, yo investigaría, si no me diera tanto asco, las riberas de Garzón. Tal vez el juez no haya maniobrado de forma directa pero quizá sí a través de intermediarios discretos. Se equivocan los que creían que Baltasar Garzón estaba abrasado. La vanidad se aplasta pero no se liquida. Pocos personajes existen en España con mayor afán de protagonismo que Garzón, con una tan desmesurada ambición. Es la vanidad que galopa hacia la anhelada silla curul. No será fácil desarzonar al jinete del venablo vengador.

El juez proscrito aspira a retornar por la puerta grande de la política, cerrados para él los portones de la judicatura. Jugará en cuanto le sea posible la carta de encabezar una coalición de la izquierda radical. Lo primero que necesita para tomarse el desquite es desmontarte, querido presidente, del potro monclovita. Si la aventura económica te saliera bien y España recuperara el crecimiento y la prosperidad habría Mariano Rajoy para rato. De ahí los frenéticos ataques que te acosan y que te obligaron ayer a salir de la impavidez recomendada por Pedro Arriola, tu eminencia gris, hombre, por cierto, muy seguro en sus errores. Estuviste acertado, sobre todo al anunciar que tu declaración de la renta la podrá consultar a partir de mañana cualquier ciudadano, al asegurar solemnemente que «ni has recibido ni has repartido dinero negro».

Lo peor que podrías hacer, lo peor que tal vez hayas hecho, es desdeñar la inteligencia del exjuez y darle por fallecido. Los muertos que vos matáis gozan de excelente salud. Garzón es, tal vez, un cadáver judicial pero no es un cadáver político. Sus partidarios, muy numerosos, le mantienen vivo. Su vanidad le estimula. Su deseo de venganza clama al cielo. Analistas muy sagaces no descartan que el zarandeo que está descuartizando al PP por él haya sido provocado. Demos tiempo al tiempo, porque no es fácil anestesiar a la sociedad española y que olvide. Como decía Valente, por las venas del pueblo circula siempre la sangre sonora de la libertad.

GERARD MORTIER

El esplendor de la verdad

Querido Mortier…

Me lo dijo Cristóbal Halffter en el acto de entrega de los premios de la Fundación Marazuela, cada año más acreditados. «Prefiero el Parsifal-ópera al Parsifal-concierto». No le falta razón. A mí me ocurre lo mismo. Aun así, valió la pena, sobre todo para los más entendidos, la experiencia Hengelbrock, por el uso de los instrumentos originales con los sonidos que conoció Wagner. Hay que tener un oído excepcional, eso sí, y no es mi caso, para advertir las diferencias que producen las cuerdas de tripa en comparación con las actuales. Era mi quinto Parsifal y no fui capaz de calibrar el alcance de la experiencia, tal vez porque, dada la situación de mi butaca, la cuerda taponaba a los vientos.

En todo caso, me sumergí en Wagner que es el esplendor de la verdad musical. Más de cuatro horas de un baño reparador olvidando los histerismos políticos que enervan la vida española, ¡qué maravilla! Parsifal-concierto permite disfrutar al máximo de la profundidad de la música wagneriana, viento de la noche en los trigales, conforme al verso de Gamoneda, llanto en el vacío, rojo corazón desmenuzado, hervor germinal, ebriedad azul, sonidos que crujen como pan caliente, saliva con yodo y polución de alheña… El Real vibró con el genio.

He leído, querido Mortier, algunas de las críticas entusiastas que el Parsifal-concierto ha suscitado. No las comparto. Sería injusto calificar de mediocre el espectáculo que nos ofreciste en el Real. Pero no fue excelso. Si lo puntuamos como discreto no andaríamos descaminados. Una sustitución precipitada nos obsequió, además, con el espectáculo deprimente de una soprano, Anna Larsson, que no se sabía el papel y cantó partitura en mano. Bien sin excesos los coros y las seis muchachas en flor. Eficaces sin brillantez Simon O´Neill, Matthias Goerne, Victor von Halem y Johannes Martín Kränzle. A Kwagchul Youn le aplaudieron más que a nadie. A mí no me gustó. Careció de relieve. Una medianía. La tensión dramática entre Amfortas, Gurnemanz, Titurel, Kundry y Klingsor que estremece a un Parsifal un poco bobalicón se perdió oscurecida por el esplendor de la música. No, mi querido Mortier, no es el mejor Parsifal al que he asistido aunque la experiencia reductora del concierto valga la pena como experiencia.

Al emerger de las aguas reparadoras de la música wargneriana, regresó de súbito la política. «Mortier no sabe -dijo un espectador- que el Santo Grial lo tiene escondido Bárcenas en la caja fuerte del PP en la calle Génova». «Te equivocas -le contestó su atractiva acompañante, el escote palabra de honor-. Se lo ha llevado ya a Suiza».

FLORENTINO PÉREZ

La verdad del esplendor

Querido presidente…

Casi cinco horas sumergido en la música de Wagner, con Parsifal y Amfortas vibrando todavía en la cuerda de los violines, me llevaron al día siguiente, sosegado por el Santo Grial y el hechicero Klingsor, al gran partido de fútbol en el Estadio Bernabéu. Fue un colosal espectáculo popular. Con la excepción de Ronaldo y Messi que no dieron la talla, se jugó un soberbio encuentro entre los dos equipos conducidos el tuyo por Varane y el rival por Iniesta, que es tal vez el mejor jugador español de todos los tiempos junto a Piru Gaínza y ambos, tras el más grande, Ricardo Zamora, 17 años internacional indiscutido, récord del que está todavía lejos Casillas.

La crítica y los comentarios han subrayado el extraordinario fútbol que se jugó en el Bernabéu. Y es verdad. Pocos partidos hemos visto en los últimos años con tanta calidad, tanta entrega, tanta limpieza. Sobre el terreno estaban casi todos los jugadores elegidos por la Prensa internacional para formar el mejor equipo del mundo. Madrid y Barcelona ocupan hoy la cumbre del fútbol universal. Las espadas en alto, cualquiera de los dos puede imponerse. La suerte juega un papel decisivo para que gane uno o triunfe el otro.

Entre tantos fuegos brillantes, la gente se ha olvidado de destacar lo más importante que ocurrió en el partido: la despolitización del encuentro entre el Madrid y el Barcelona cuando arden los secesionismos, se desmoronan los prestigios y se incendian las corrupciones de los políticos. Hiciste lo que había que hacer: una operación de circo, para reducir al puro deporte lo que nunca debe salir de él. Ni banderas agresivas ni gritos anticatalanistas en el Frente Norte o en el Frente Sur ni insultos desde la grada ni calavernarios procaces. Fuiste capaz de dominar toda desmesura, incluso la carnicería de las palabras. El entusiasmo y el fervor se fundieron en esta ocasión con la deportividad y con la mesura. El Madrid-Barcelona, gracias a tu gestión, gracias a tu célebre mano izquierda, transcurrió como una fiesta del fútbol, sin que se desbordasen los cauces deportivos.

En el Parsifal del Teatro Real habíamos vivido el esplendor de la verdad; en el Estadio Bernabéu, la verdad del esplendor, del esplendor en la hierba.