Club de Jacobinos

Los reyes y los príncipes tiran de bragueta, se dejan tocar el flautín, habitan en las alcobas de la Historia, cazan, se enriquecen y al final son los validos los que pagan. «Siempre son los números dos los que se comen los marrones», me dice una dama cercana a la corte para explicar la llamada del juez Castro a Carlos García Revenga, pringándole en el Caso Nóos. García Revenga, maestro, amigo, confidente de las infantas (le odia el Duque de Lugo y lo culpa de su divorcio de Doña Elena) se declaró inocente en principio; prefería ir como imputado a ir como testigo, y al final lo van llevar en volandas al banquillo.

Tras los experimentos mediáticos, sigue disminuyendo la popularidad del Rey. Después de 38 años de Monarquía llegó un día que a los cortesanos de guardia y los validos mediáticos, se convirtieron, sin saberlo, en un club de Jacobinos. Se les ocurrió sentar a Su Majestad en una silla, después de haberle obligado a poner el culo en la mesa. Pisotearon la distancia hierática y el esplendor del trono, porque aunque esta sea una Monarquía parlamentaria, el Rey sigue siendo un signo semiótico, una corona, un cetro y un sillón lujosamente ornamentado. Si lo despejas de adornos y liturgias crujen la institución y la caderas. Don Juan Carlos es un hombre simpático y abierto, llano, e inteligente pero si le obligan a hablar como Chomsky, sentado en una silla de venta, lo convierten en un plato de caseta de feria.

La crisis surgió cuando le pillaron matando elefantes en compañía de Corina, y se armó el escándalo como si los reyes hubieran hecho otra cosa que poblar el país de bastardos y matar osos, porque no había elefantes. El folletín corrupto del Caso Nóos sigue envenenando la crisis. Yo dije ayer en Espejo Público, en plan metafórico, que el Rey debió seguir el ejemplo de Mussolini con su yerno Ciano al que fusiló; no se entendió la ironía y me han paseado por las redes sociales. No pasa nada. Pasa si el vértice del frágil consenso constitucional sigue cuarteándose.

Ahora los enemigos de Don Juan Carlos leen la abdicación de Beatriz de Holanda en su hijo Guillermo como el prólogo de lo que aquí puede venir después. A veces, en los palacios los reyes envenenaban a sus delfines, pero en las grandes monarquías no son corrientes las abdicaciones. En Gran Bretaña hubo un caso sonado, el de Eduardo VIII que se casó con una divorciada. En España abdicó Carlos V, Felipe V,Isabel II y Amadeo de Saboya; a otros los echaron. Sólo Napoleón sustituyó a los Borbones por los Bonaparte, después de que el Príncipe de Asturias traicionara a su padre y a su madre, que estaba liada con Godoy.