Epílogos

LA REINA de Holanda ha abdicado con el país en orden, con su prestigio personal intacto y con la Corona en lo más alto de las encuestas de aceptación popular, alrededor del 80%. Es decir, que da un paso atrás armonioso, con la ausencia de estridencias que concede la lógica del deber cumplido. Nuestro Rey podría haber estado en la misma situación si hubiera tenido 75 años en 1992, justo después de los juegos olímpicos. Con la excepción del terrorismo, Felipe habría recibido un país cuyo principal problema para él habría sido la falta de desafíos propios.

Sin embargo, cuando Juan Carlos ya ha atravesado una edad que en Holanda es la frontera convenida de la abdicación, su país es un carajal, su prestigio personal está enfangado, y la Corona está siendo regurgitada por la sociedad. Más que una abdicación armoniosa, su marcha parecería ahora una espantá. Y es muy probable que así lo entienda él, porque los problemas nacionales y los particulares de la monarquía, incluidos sus errores, lo han obligado a afrontar una prórroga del deber inconcebible hace años, cuando parecía que fluía hacia un epílogo Mogambo que una sociedad satisfecha no le habría reprochado.

Si la conversación nacional ha propuesto que la abdicación holandesa tenga valor de ejemplo, a pesar de la diferencia de estabilidad, es porque sirve a un propósito más hondo, el del cambio de Régimen. El de la liquidación de la Corona. Se ve que el colapso nacional resulta insuficiente a algunos, que pretenden empeorarlo planteando esto ahora con el mismo instinto ventajista ante el país postrado -«Ahora o nunca»- que el secesionismo catalán. Más allá de la inconveniencia del momento, el ideal del tránsito hacia un porvenir republicano adolece de un problema insuperable: la Monarquía de Felipe siempre será preferible a la república si ésta delata su naturaleza en la crueldad, el rencor, la falta de inteligencia y la baja estofa típicamente frentepopulistas con que el actor Toledo, jaleado por su auditorio, deseó que el Rey reventara de pimple y enfermedad. En España, la noción de república es prisionera de un extremismo ideológico, tan anacrónico como la Monarquía, que ya demostró su nocividad al militar en uno de los bandos del choque de proyectos totalitarios que fueron la Guerra Civil y sus preludios. O se libera a la república de esa reducción, o viva el rey manque pierda.