Soberana pobreza

EL INDEPENDENTISMO es para pobres, Sostres. Gente que poco tiene que hacer en la vida. No me refiero solo al dinero, aunque cuente. Es evidente que la crisis ha engrosado la militancia independentista, porque la gente tiende a creer, incluso con cierto fundamento, que una explosión colectiva puede aliviar la ruina personal. Pero aunque haya ese interés económico por abajo y también en la cima (que la usura sea para pobres no impide que algunos se hagan ricos con ella), el principal aglutinador del común es la falta de expectativas generales. Una pobreza de vida. Nadie se embarca en la absurda tarea de intentar romper un Estado democrático, cuyos márgenes de libertades nacionales son, además, altos si tiene cosas que hacer, que leer, que investigar, que descubrir, un alegre Bandol que beber. El independentismo catalán opera sobre una sociedad muy deportiva, en esa peor versión de la palabra que incluye características emocionales, contemplativas y fanáticas. Ha conseguido darle a muchos espectadores (lo que antes se llamaba ciudadanos) una estricta, casi etimológica, razón de ser y de intervenir. No puede despreciarse el poder de una ideología, por maligna que sea, capaz de conferir identidad y de trazar un plan de vida.

Solo desde este punto de vista puede entenderse el carácter bravucón y acre, propio de la arenga, con que el presidente Mas actúa en su relación con el Estado. Las últimas muestras, su respuesta al conciliador discurso del Rey en Nochebuena: algo así como en Europa nos veremos, Borbón; y ese gesto, ¡indescriptible puerilidad batasuna!, de tapar con un cortinaje negro el retrato del Rey durante su toma de posesión. Es cierto que la generación de Mas, que es también la de los ex consejeros Pujals y Roma y la del portavoz Homs, e incluso la de algunos de los hijos de Pujol, fue descrita hace años por el efímero líder socialista, Josep Borrell, como «una generación de chulitos». Pero aunque en cualquier caso de la vida actúe el carácter, en la base de esta arenga sostenida está la necesidad de mantener aglutinados a los pobres mediante un discurso que ya no puede tener nada de racional. Los pobres. Destaca entre la grey el propio presidente Mas. Un hombre que se había dedicado a la política, pero que ahora, sus naves personales quemadas, tampoco tiene ya nada que perder.