Elogio a la catacumba

Como si se presintiera un posible futuro para las librerías que todavía subsisten, el otro día profesores de la Complutense se llevaron a sus alumnos a Arrebato Libros o a la Librería de Mujeres y les dieron allí la clase. Ayer se celebró, con éxito, por primera vez el Día de las Librerías y bueno sería reflexionar sobre la posibilidad de que esos ámbitos se convirtieran en aulas, como la trastienda de Fuentetaja, de Jesús Ayuso, en San Bernardo, que fue una de las «cátedras» más emblemáticas del franquismo.

La otra tarde se presentaron no en una librería, sino en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la plaza de la Villa, las obras completas de Antonio Millán-Puelles (1921-2005), un metafísico de peso que sentó cátedra en la Complutense en aquellos años del franquismo. Su obra Fundamentos de Filosofía era el libro de texto por antonomasia. En la leyenda de Millán-Puelles, los enfrentamientos de un joven Gabriel Albiac con el maestro, levantándose con pasión sobre su pupitre, una y otra vez, y clamando: «¡Don Antonio, no estoy de acuerdo con usted!»

Las dialécticas entre el catedrático seguidor de Husserl y el emergente filósofo, y seguidor de Spinoza, dejaban a las abundantes monjas de la clase sin saber a qué carta quedarse. Unas confrontaciones que complacían al maestro aristotélico y desfogaban al alumno, que más tarde también se las tendría en las aulas parisienses con el propio Louis Althusser.

La filosofía, como «saber sobre la totalidad de la realidad, por sus últimas causas, a la luz de la razón», o la esencia, no lejos de Zubiri, como «aquello por lo que un ser es lo que es y se diferencia de los demás», estaban en la hoja de ruta de Millán-Puelles. Eran aquellos fundamentos que a un Albiac pre-sesentayochista le ponían en guardia.

Las Obras Completas de Millán-Puelles, entre las que están La función social de los saberes liberales y La ética realista, pueden adquirirse en esas librerías que han celebrado su día, y también se han editado para e-book.

Los tiempos adelantan, pero bueno es que las librerías queden como ágoras clandestinas donde además de almacenarse y venderse libros se den clases y haya debates. ¡Volver a Fuentetaja!, que es como volver a las catacumbas. Sin duda, siempre habrá un Jesús Ayuso que sepa cobijar a tirios (como el propio Albiac) y a troyanos (como el ministro de Fraga, Pío Cabanillas Gallas, que no dejaba de pasar por aquella trastienda). Porque siempre estamos como Sísifo, volviendo a empezar.