La penúltima balacera

Se hacía de noche ya, apenas unas nubes rosas sobre el cielo de Toluca, cuando la camioneta blindada entró en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM). A su alrededor, al trote, una docena de guardaespaldas. Detrás, muy despacio, otros tantos vehículos armados.

No era Barack Obama el que llegaba en medio de la expectación, sino Eruviel Ávila, el gobernador del poderoso Estado de México, sucesor de EnriquePeña Nieto y uno de los 25 virreyes del PRI en un mapa formado por 33 estados.

Como la Colombia de los 90, México es hoy un país herido por el narco y las desigualdades sociales. Peligra el otrora inocente viaje en coche desde el DF a Acapulco para darse un baño en la playa pero aún no se resiente la plácida existencia capitalina. En Toluca, el gobernador Ávila se juntó con el Príncipe de Asturias para inaugurar la sede permanente del Instituto Universitario de la Fundación Ortega y Gasset-Gregorio Marañón. Hablaban Don Felipe y Ávila de la educación de los jóvenes mexicanos cuando en Celaya, estado de Guanajuato, apenas a 300 kilómetros de allí, se vivía la penúltima balacera.

Esta vez no fueron las luchas intestinas de los narcos las causantes. Una multitud se lanzó sobre un vagón de tren para robar varillas.

Una agente disparó al aire para dispersarlos. La bala atravesó la pierna de Carla, de 17 años, y fue a incrustarse en la cara de su bebé, Diego Alejandro, de 16 meses. Ella está grave, su hijo murió en el acto. Un número más entre los más de 100.000 muertos y 25.000 desaparecidos de los últimos seis años.

Hablaba también el gobernador Ávila, ante la mirada de Don Felipe, de los Pactos de la Moncloa, «un referente para tantos países de Latinoamérica». En la histórica etapa que se abre hoy en México, son lo que podríamos llamar los Pactos del Zócalo la única esperanza de este país. Un acuerdo entre los principales partidos que asegure las reformas energética, fiscal, policial y de Justicia, las guindas que han de decorar el pastel de un país con una macroeconomía que hace palidecer de envidia a países como España.

Ayer, en la residencia del embajador de España en el DF, Enrique Krauze conversó largo con el Príncipe. El historiador mexicano, quizá el intelectual vivo más destacado del país, el hombre al que todos señalan como heredero de Octavio Paz, definió a México hoy «de buen ánimo» con el nuevo periodo que se abre. Estas cuatro reformas que vislumbra ya el nuevo Gobierno corren para Krauze «en paralelo». Para él, todo va unido: los bajos tipos impositivos, la imposibilidad de Pemex (la empresa nacional de petróleo) de abrir la puerta al sector privado y la corrupción de policías y jueces.

Son virreyes como Ávila los que tendrán que demostrar la capacidad negociadora de un partido que durante 70 años instauró en México lo que Mario Vargas Llosa llamó la dictadura perfecta. Después del almuerzo de hoy, cuando Peña Nieto ya sea presidente de México, Don Felipe mantendrá su primera conversación con él. Le hablará con especial énfasis de la inclusión social, la madre de todas las batallas por venir. La única manera de evitar que se repitan dramas humanos como los de Diego Alejandro en Celaya.