No somos víctimas

Casi cada semana conocemos la noticia de una persona que se suicida porque va a ser desahuciada. La reacción de los medios de comunicación es la lástima, culpar a los bancos y a los políticos, y tratar a los tristemente fallecidos como víctimas de un sistema atroz. Es el mejor modo de que la gente se sienta cada vez más débil y tienda a pensar que el mundo carece de sentido y es una farsa a la que es mejor poner punto y final cuanto antes.

El drama de la izquierda y del buenismo es que el paternalismo y el lloriqueo son estériles en el mejor de los casos, y que normalmente resultan perjudiciales y hasta letales. La compasión es en cambio salvífica, templa las almas y da esperanza. Compadecerse de las personas con problemas no es darles la razón, ni conduce a nada inventarse cuentos sobre su situación desgraciada en que ellas sean inocentes de todo y de nada responsables. Eso es mentira y la mentira no conduce a nada más que a conclusiones trágicas.

Responsabilizar a la gente de sus vidas y de sus situaciones, mediante un discurso amable pero sin concesiones, puede parecer cruel, pero es lo más respetuoso con la dignidad de cada cual, lo más piadoso, lo que más hace que nos podamos mirar al espejo, por bajo que hayamos caído, y hallar fuerza para volvernos a levantar, en tanto que nosotros y sólo nosotros somos los responsables de nuestra vida, los culpables de nuestros fracasos y los héroes de nuestros éxitos.

Hay que devolver a cada persona el centro de gravedad de su vida que le arrebataron el Estado y la socialdemocracia, el imperio de la excusa, y este pensamiento débil que sólo lleva a la debilidad y a la absoluta falta de argumentos, de coraje y de fortaleza para afrontar la vida.

Al principio duele, pero luego cura. Al principio te parece que están abusando de tu desesperación, pero pronto te sientes capaz de creer de nuevo, y tienes ganas de luchar para salir adelante. Cualquier crítica, para ser honesta, tiene que contener una parte principalísima de autocrítica. Es deshonesta cualquier explicación de una vida que no pase por uno mismo. La mala suerte existe, pero Dios nos dio estas manos.

No somos víctimas, somos depositarios de dones y esperanza. Somos libres, y así como la libertad depende de un gesto interior, también la vida se basa en tu voluntad. El amor es el sentido y dos cuerpos enlazados domestican la eternidad.

Si los columnistas de izquierdas y la prensa socialdemócrata estuvieran verdaderamente interesados por la vida y por el progreso de los desfavorecidos, y supieran algo del alma y de la condición humana, en lugar de sus panfletos lacrimógenos escribirían artículos propagando la responsabilidad y la esperanza, la gracia de estar vivo, y el orgullo de continuar.

En lugar de poner sus inútiles peces sobre los ataúdes incontestables enseñarían a pescar a los que se encuentran al límite y les decantarían en favor de la vida y la alegría. Tal vez al principio les costaría un poco más escribir, pero esforzarse no es malo: esto también lo descubrirían.

Y tendrían el honor de rescatar vidas de la fragilidad y del ocaso en lugar de cobrar como si fueran los héroes de los pobres cuando en realidad son los que, con su paternalismo descorazonador y mortífero, van a rematarles.