Aferrados al poder

ARTUR MAS / VIACHESLAV MOLOTOV

La imagen que me ha quedado grabada de las recientes elecciones catalanas es la del rictus de dolor y fracaso de un Artur Mas que trataba de disimular su desencanto en la noche del domingo.

El candidato de CiU no sólo ha recibido un varapalo en las urnas sino que ha quedado además amortizado como líder político. Ni siquiera va a poder gobernar con el respaldo de una mayoría que le permita sacar adelante las medidas impopulares que exige la crisis.

La grandeza de los líderes políticos se mide en los reveses. Y Artur Mas, que se presentaba como el mesías que iba a llevar a Cataluña a la tierra prometida, ha demostrado que es un hombre pequeño, aferrado al poder y dispuesto a renunciar a sus ideas con tal de mantenerse en el cargo. Un hombre así no está a la altura de una causa.

De Gaulle se retiró en dos ocasiones a Colombey. En 1968 lo hizo para siempre. Willy Brandt dimitió cuando descubrió que su jefe de gabinete era un espía de la RDA. Thatcher se fue a casa cuando perdió el apoyo del partido. Y hasta el gran Bismarck, artífice de la unificación de Alemania, se marchó cuando constató su falta de sintonía con el emperador Guillermo.

Sólo encuentro un caso comparable de afán por agarrarse al poder: el de Molotov, que aguantó infinitas humillaciones de Stalin con tal de no verse excluido de su posición en el Kremlin. Molotov llegó incluso a aceptar el arresto de su mujer, Polina, que era amiga y confidente de la esposa de Stalin y jefa de la industria soviética del perfume.

Molotov era legendario por su apego al poder. Koba le despreciaba en público, pero él era consciente de que ése era el precio que tenía que pagar para no acabar en las mazmorras de la Lubianka.

Mikoyan, otro superviviente de Stalin, contó en sus memorias que Molotov defendía a Stalin después de muerto y cuando ya había sido expulsado de todos sus cargos, lo cual revela la peculiar psicología del hombre de aparato y sus temores de quedar fuera de la iglesia que le cobija.

Ignoro si Mas se agarra al cargo como un clavo ardiendo porque busca impunidad penal o porque le gusta el embriagante sabor del poder. Pero el proyecto que defiende quedará profundamente debilitado por su falta de coherencia. Se podía haber marchado en la noche del domingo como un héroe, pero ha optado por la indignidad de aferrrarse al cargo.

En una ocasión, le comparé con el general Della Rovere, pero éste prefirió morir antes que desmentir la leyenda. Artur Mas ha dejado de ser leyenda y es ahora un simple superviviente. Y es que con los ideales no se puede traficar.