Gloria y honor para los jarrones chinos

LA POLÍTICA española sigue enferma de pasado. González y Aznar vuelven a la actualidad de los grandes titulares. No hay peligro de que se conviertan en jarrones chinos llenos de polvo en una esquina de la casa. Están en lugar preferente porque sería un crimen privar a la Nación de sus enormes tallas políticas. En otras democracias, los presidentes -Bush, Chirac, Schröder- se retiran y nadie vuelve a saber de ellos, salvo la familia. Un desperdicio. Hombres como Felipe González y José María Aznar no nacen todos los siglos. Y aquí hemos tenido la suerte de contar con dos al mismo tiempo. Los verdaderos líderes nunca se jubilan y si en algún momento tuvieran la tentación de hacerlo, hasta sus oídos llegarían los lamentos de sus seguidores implorando liderazgo, más liderazgo, por favor.

Aznar nos dejó en herencia a Mariano Rajoy de presidente y a su mujer, Ana Botella, de alcaldesa de Madrid. González nos legó a Rubalcaba como líder de la oposición. La huella de los dos ex presidentes permanece, pues, imborrable. Por eso cuando tocan a rebato, allí que van todos los dirigentes del PSOE y del PP a rendirles gloria y honor. Felipe González será homenajeado por los socialistas en una ceremonia llena de nostalgia hasta la bandera. El PSOE ha sacado del álbum las fotos de aquel Felipe joven y guapo para ver si obra el milagro de resucitar a un moribundo.

Aznar ha presentado sus Memorias y ríete tú de Churchill. El ex presidente escribió la Historia en un cuaderno azul y ahora la reescribe en un libro de Planeta. El relato de su sucesión -lo más jugoso del libro- es increíble. Dice que Rato era su favorito, pero no le eligió porque Pedro J. Ramírez escribió un artículo titulado: «Rodrigo no quiere». Cualquiera que haya cruzado con Rato más de dos palabras sabe que ser presidente era la ilusión de su vida. Rajoy es el segundón al que nombró porque Rato no quería. Jaime Mayor Oreja quiso ir a Suiza a darle la mano al jefe de ETA, pero él no le dejó. A los admiradores de Mayor Oreja se les habrán puesto los pelos de punta.

Aznar trató a su sucesores como si fueran menores de edad y lo sigue haciendo. A pesar de lo cual, Rajoy y Rato acudieron obedientes a la llamada de un gran hombre que tiene que seguir en la brecha porque España lo necesita.