Huesitos picantes

EN SUS diarios el escritor Iñaki Uriarte habla de un amigo que por las noches se llevaba a su novia a la consulta del padre y allí la ponía a bailar a través de la pantalla de rayos X mientras él se masturbaba. Le atraían los huesos como a otro de sus amigos le atraía el músculo y pagaba un dineral por irse a Londres a hacérselo con una culturista. La pulsión sexual es devoradora, por eso a mí la noticia de que una sueca se acueste con un esqueleto me preocupa en la medida en que el esqueleto pertenezca a un español de Torrevieja. «Hay mucho tabú en eso de follar muertos», me dijo una amiga una vez, y pensé que si ése era el precio que había que pagar por irse a la cama mejor volvía a las mujeres cuyo listón con los hombres era que respirasen. La sueca no leyó un estudio de la Universidad de Groningen que dice que es más difícil que una pareja alcance el orgasmo si tiene los pies fríos. Sin pensar en un esqueleto Woody Allen propuso un tratado que tituló Posiciones sexuales avanzadas: cómo llegar a ellas sin reírse, y en la misma película su protagonista clamó: «¡Yo fui el primero que descubrió que si a un hombre se le esconde el sombrero se vuelve impotente!» Detrás del acto sexual con un esqueleto hay tantas teorías como huesos. Que la policía se disguste por su uso nada ético es un poco extravagante, porque a un esqueleto en casa -no digo ya tumbado en cama, a medio tapar- no se le encuentran resultados éticos ni morales, salvo que la familia le esté cobrando la pensión. Se sabe que la señora guardaba en casa el libro Mi primera necrofilia, que debe de ser una especie de Mi primer diario con candadito sobre acostarse con cadáveres. El esqueleto al menos está bueno, quiero decir que es de hueso largo; ha tenido suerte de acabar en Suecia: en España con él haríamos un caldo.