El ajo

AL PRINCIPIO fue la estafa, cuando con su efecto tan devastador el ajo podía hasta con el olor a podrido de los productos en mal estado, sobre todo de mariscos y pescados. Luego dejamos de pasar hambre, pero no de tener mal gusto, ni de ser unos bestias, y unos ignorantes. Y convertimos una estafa en tradición, algo tan tristemente típico en España.

Así, pasamos a utilizar el ajo como condimento de cualquier producto, fuera cual fuera su calidad y su nobleza. No es sólo el mal gusto de preferir un olor y un sabor tan vulgares y agresivos, y que remiten a tan deprimentes imaginarios, sino la terrible ignorancia de no saber que el ajo destruye el sabor original y extraordinario que cada alimento posee. Carece de cualquier sentido pagar por un buen pescado, o por unos rovellons o unos ceps, ahora que es temporada, o por el marisco más soberbio del mercado si luego vas a renunciar a sus fantásticas virtudes anulándolas con el ajo. Tienes que saberlo: comer ajo te retrata como un indocumentado o como un bárbaro.

El ajo es el atraso de cuando estábamos tan apurados que sólo ingeríamos para resistir. El primer día que dejes de comerlo te sentirás rico y luminoso, como una mansión cerca del mar y abierta al sol. Te ofenderá el degradante panorama de la gente que huele a ajo y te avergonzará pensar que alguna vez fuiste uno de ellos.

En una mesa culta y civilizada nunca estará el ajo porque la nobleza de los productos será respetada y potenciada. A principios de siglo, cuando los ingleses querían insultar a los franceses les llamaban «comedores de ajo». Una mesa elegante jamás podrá permitirse el humillante hedor a ajo. Es impensable que una mujer atractiva pueda oler a ajo. Salimos de la cueva, bajamos del árbol, dejamos de comer ajo. Camba fue siempre un intenso detractor del ajo. Luego llegaron Armani y el iPhone. De nada sirve el progreso, ni la belleza, si hueles a ajo.

Hay que desterrar el fanatismo del ajo y regresar al fantástico sabor de cada cosa, tal como cuando nos libramos de la dictadura y devolvimos a cada calle su nombre. Hay que vibrar en cada matiz, en cada rincón del paladar. Hay que abrirse camino hacia lo verdadero, hacia lo cristalino, hacia la pureza. El ajo es la memoria de la mancha y horizonte de tiniebla.