Esta inconsciencia

LA OBJECIÓN de conciencia, qué gran asunto. Todos los reaccionarios del mundo, desde el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, hasta el presidente de Francia, François Hollande, la invocan. Elijo estos dos extremos de la cadena porque ambos acaban de referirse a la conciencia en el contexto del matrimonio homosexual. El primero, en el Senado español, diciendo que, en conciencia, piensa lo mismo sobre el matrimonio homosexual que cuando en nombre de su partido presentó el recurso, ahora derrotado, ante el Tribunal Constitucional. Qué le importará a los ciudadanos la conciencia del señor Fernández Díaz. Lo único que los ciudadanos esperan de él es que cumpla con aplicación y eficacia las leyes. Es más: cuando se exhibe en circunstancias semejantes, la conciencia deja de ser un legítimo fuero privado para convertirse en un sutil acto de desacato. Respecto a Hollande, qué decir de un hombre que anuncia su intención de promulgar una ley para regular el matrimonio homosexual, pero acto seguido da instrucciones y legitimidad para no cumplirla, en nombre de la objeción de conciencia. Qué decirle, aparte de socialdemócrata.

La objeción de conciencia ha experimentado una gran evolución. En mi juventud era un asunto de muchachos suaves que se negaban a tocar un arma, fuera por Cristo, Krishnamurti o Kamasutra. Insensiblemente fue pasando de la izquierda a la derecha. Cada vez con trazos más pintorescos. Médicos que se negaban a practicar abortos o farmacéuticas que se negaban a expender (¡no solo por conciencia sino también por ciencia!) la píldora del día después. Como el destino de los grandes dramas humanos es repetirse en forma de farsa, la objeción de conciencia ha llegado a una figura clásica de la banalidad: nuestro concejal. Ya no se trata de matar a un hombre con un máuser, pasar la aspiradora por un conjunto más o menos organizado de células o expender acetato de ulipistral por la rejilla de la noche. No. Se trata del ufano concejal que dice yo aquí me planto y por semántica, porque matrimonio viene del latín y no del griego. Nada nuevo. El infecto populismo frente a la ley. Y con el añadido habitual. Si el suave muchacho vía Gandhi pagaba su repulsión a las armas con un duro castigo civil, a esta pacotilla de héroes objectos su heroísmo les sale gratis.