No seáis imbéciles

Ayer en Barcelona se manifestaron centenares de miles de personas bajo el lema Catalunya, nou Estat d'Europa.

Los organizadores (la Asamblea Nacional Catalana) pueden sentirse satisfechos: han arrastrado a su convocatoria a los partidos nacionalistas y a una parte importante de la izquierda; además del apoyo institucional que Artur Mas dio a la marcha desde la Generalitat.

Muchos se sentirán felices al comprobar que el independentismo sube como la espuma en Cataluña (un 46%, según la encuesta que ayer publicó El Periódico), pero el problema es cómo va a gestionar Mas esa riada de entusiasmo que le pide el desenganche de España.

La mayoría de los políticos y de la sociedad civil de Cataluña fomentan una ilusión que, de llevarse a cabo, supondría el empobrecimiento de los catalanes durante generaciones. Si, como pretenden, Cataluña declarase la independencia, lo primero que sucedería es que ese nuevo Estado ya no sería parte de la Unión Europea, como ayer, por enésima vez, se encargó de constatar el portavoz de la Comisión.

Salir de la Unión Europea implica salir del euro y, por tanto, perder el paraguas del BCE. Si la deuda de Cataluña está hoy al nivel del bono basura, ¿se imaginan lo que sucedería si se produjera esa hipótesis? Cataluña tendría que emitir su propia moneda, aunque sus empresas seguirían endeudadas en euros. ¿Qué tipo de cambio se establecería? ¿Cuantas multinacionales mantendrían su sede en Barcelona en caso de que Mas se dejara llevar por su ensoñación independentista? No sólo las empresas extranjeras, muchas compañías españolas se marcharían de ese nuevo estado.

Para volver a ingresar en la UE, Cataluña tendría que concitar la unanimidad de todos sus miembros y, si la lograse, comenzaría un largo proceso de integración que, en las circunstancias actuales, podría durar entre cinco y 10 años.

¿Soportarían sus ciudadanos una caída del PIB de Cataluña que les situaría en una posición peor que la de Grecia durante dos generaciones?

Lo que deberían hacer los políticos que alimentan ese sueño es explicarles a sus ciudadanos cómo sería de verdad esa Cataluña independiente.

Naturalmente, ni Mas ni sus compañeros de CiU quieren que eso se produzca, pero juegan con la atractiva idea de la independencia de España (que, en su imaginario, se queda con el dinero de los catalanes) para forzar una negociación con el Gobierno sobre el pacto fiscal. Es decir, que Rajoy se amedrente lo suficiente como para ceder en la reivindicación del supuesto déficit fiscal de 16.500 millones que sufriría Cataluña.

La periodista de TV3 Mònica Terribas dijo ayer que los catalanes llevan «300 años haciendo el imbécil», para concluir que «no se trata de que dejen de ser catalanes, sino de que dejen de ser imbéciles». Hacerles creer que Cataluña se puede separar de España y seguir en la UE: eso sí que es tratarles como imbéciles.