EL GALPÓN ORIGINAL

En 1741, durante un combate de boxeo, Jack Broughton infligió a George Stevenson heridas muy severas, de las que murió días más tarde. Mortificado, Broughton inventó las reglas que regirían hasta las definitivas de Queensberry, y que estaban pensadas para mitigar el daño al luchador: cuentas protectoras, guantes, división en asaltos, prohibición de golpear al hombre caído... Broughton, reconocido por todo esto como padre del boxeo moderno, tenía un pasado como trabajador en los muelles de Londres. Es decir, en los mismos Docks del Támesis donde surge la mole del Excel, sede de las pruebas de lucha. Con el paisaje erizado de grúas como vínculo sentimental, el boxeo vuelve así a casa después de haber completado un viaje que arrancó en estos galpones y que lo llevó a recintos míticos como el Madison Square Garden o el Luna Park, con escalas en otros más humildes, como el Campo del Gas. Estos óxidos fluviales son el hogar.

El boxeo olímpico es aún menos cruento. Se pelea en una acepción amortiguada, con protecciones a sólo tres asaltos, por lo que todo se vuelve más dinámico, ya que no caben estrategias de desgaste de las que aguardan a que a un rival se le acabe el aire o le pesen los brazos. Los árbitros obedecen a consignas tan tutelares que, ayer, al minimosca hondureño Bayron Molina le pararon el combate después de dos cuentas de ocho en el primer asalto, cuando, aun desarbolado por el indio Laishram, todavía estaba en unas condiciones de entereza suficientes para una pelea profesional.

El descubrimiento fue el filipino Mark Barriga, rápido e inasible como una furia del claqué, poderoso pegador que fue escarmentando al italiano Cappai cada vez que éste trató de meter una serie. Barriga casi nunca fue al clinch, y Cappai terminó tan frustrado que, una vez que lo agarró, lo arrojó contras las cuerdas como queriendo expulsarlo, no ya del cuadrilátero, sino de su vida.

El boxeo olímpico siempre trae la expectativa de los cubanos, que forjan mitos al margen de los circuitos profesionales, y aventan el misterio de esa Escuela en la que parecen recluirse para recibir iniciación en los misterios de su estilo. Los Juegos siempre guardarán memoria de Teófilo Stevenson y Félix Savón, triples medallistas de oro que rechazaron ofertas multimillonarias por desertar e ingresar en las mesnadas de Don King. El de Alí y Stevenson es el combate no celebrado más famoso de la historia de este deporte, y no fue porque The Greatest no quisiera, pues estuvo dispuesto a pelear en La Habana con reglamento amateur. Gay Talese hizo la crónica de cuando al fin se conocieron en Cuba, ya retirados ambos. Los cubanos presentaron ayer al minimosca Yosvany Veitia, un boxeador muy fino de técnica que apenas tuvo que emplearse contra el australiano Ward quien, con su melena pelirroja, parecía el gnomo cabreado de los irlandeses.

El welter español Johathan Alonso cayó contra un iraní con nombre de clown, Toloutibandpi, que no hizo sino un boxeo previsible, cerrado de guardia y basado en los jabs y los derechazos muy lineales. Pero al jovencísimo Jonathan, como él mismo confesó tras la pelea -«Me ha fallado el corazón»-, lo devoró la ansiedad, que, agarrotándolo, le impidió ligar combinaciones y mudar a Tolouetcétera del centro. El chaval estaba desolado, terminada su aventura londinense justo cuando empezaba a paladearla.