Seis hombres

LA NIÑA y mi mujer se han dormido, de modo que salgo solo a ver el fútbol a la sidrería Karpanta. Es un buen restaurante, con detalles de calidad inesperados en la alta montaña. No hay demasiada gente, cinco hombres solos como yo, y enseguida nos ponemos a hablar prescindiendo del tedioso partido.

Hablamos por el gusto de hablar, con la camaradería que da la masculinidad, sin otro propósito que el de pasar algunas horas agradables, con la guardia baja, sin tener que calcular lo que decimos ni tener que tomar medidas preventivas antes de responder a cualquier pregunta.

Los seis hemos salido de casa a última hora, con las familias ya encauzadas y tranquilas. Estar fuera de la ciudad me produce una inquietante mezcla de angustia y de nostalgia, pero seis hombres solos en un bar, hablando de todo y de nada, pronunciando absurdas proclamas y celebrando con adolescente pasión el instante, son el resumen del vigor de la civilización y de la alegría de vivir que hace que nuestro paso por el mundo sea soportable.

Al finalizar el partido, que hemos visto sólo a ráfagas, y servida ya la tercera ronda, nos damos cuenta de que todavía no nos hemos presentado. Lo hacemos sabiendo que tal vez no nos volveremos a ver, pero agradeciéndonos en silencio este encuentro plácido y reconfortante, masculino, brillante.

No nos vamos hasta que el dueño nos echa, son casi las cuatro. Salir a ver el fútbol al bar de la urbanización y volver cinco horas más tarde con la fe en la Humanidad perfectamente intacta. Esto, precisamente esto, es el verano.

De regreso a mi apartamento pienso que los hombres no pedimos demasiado, ni necesitamos gran cosa para ser felices y para hacer del tiempo que nos ha sido concedido algo realmente hermoso y vibrante. Tal vez seamos simples, tal vez algo brutos para los gustos más refinados, tal vez nuestra dinámica pueda parecer, desde fuera, vulgar o muy poco interesante.

Pero seis hombres que se encuentran en un bar, sin conocerse de nada, y que han dejado atrás un día agotador de excursiones, esposas, niños, gritos y caos, pueden con el fútbol de fondo y un gintónic en la mano hacer de las horas de propina de una noche de verano una esponjosa recreación del Paraíso extraviado.