El teléfono rojo

El Teatro Real no es un espacio privado, pero tampoco representa un espacio público. La subvención del Ministerio de Cultura y de la Comunidad de Madrid forma parte de un esquema institucional y financiero que resulta inviable sin la contribución de los patrocinadores.

Se explica así la naturaleza de fundación que ha adquirido el coliseo madrileño. No sólo para implicar a la sociedad civil en una concepción solidaria de la cultura y para aliviar los esfuerzos presupuestarios del Estado. También para evitar las recurrentes intromisiones de la política, motivos por los cuales el ministro liberalWert incurre en un extemporáneo golpe de autoridad cuando pretende imponer a Pedro Halffter como director musical.

La maniobra se antoja temeraria e irresponsable. Temeraria porque puede frustrar el remedio a la crisis que ha dejado abierta la enfermedad de Gerard Mortier. Joan Matabosch, director artístico del Liceo y alternativa razonable, se ha avenido a reemplazar al agitador belga, pero no acepta que se le imponga el de Pedro Halffter. La irresponsabilidad, en cambio, concierne a las derivaciones políticas de la crisis. Wert conoce que el dedazo en cuestión implicaría la dimisión de la jerarquía del Teatro Real y la iracundia de los patronos, aunque el aspecto más controvertido del conflicto consiste en que el titular de Cultura ha perdido la lealtad de los cargos del propio Ministerio. Ni la Secretaría de Estado ni el INAEM obedecen la postura unilateral de Wert. No es la primera vez que ocurre un fenómeno subversivo, pero el encadenamiento de episodios beligerantes, incluida la pasividad y la frivolidad con que el ministro transigió con la subida del IVA, demuestran que Cultura es un polvorín a punto de incendiarse.

Es el riesgo en que ha incurrido Wert atribuyéndose facultades de otras épocas. La crisis ha diezmado las contribuciones del Estado al Real, pero Cultura no se ha percatado de que la menor implicación presupuestaria del Estado también desdibuja su papel ejecutivo. Más aún cuando las soluciones carecen de consenso, amenazan la autonomía artística del coliseo madrileño y provienen de los compromisos personales, a la antigua usanza del teléfono rojo. Prevenía Mortier del peligro de la politización. No le otorga la razón el recambio de Matabosch, pero se la concederían los pormenores de operación doméstica que Wert pretende rectificar desde el cinismo invitando a Halffter a que rectifique las ambiciones que él mismo le había creado.