NO HAY victoria de ETA en que su asesina salga de la cárcel después de 26 años, tapada con una bandera y recibida por un puñado de familiares. Del mundo que dejó atrás, incluida la juventud, no queda nada. De su banda, restos de un naufragio: presos, exiliados, enfermos, arrepentidos y cuatro momias, dos escapadas. Si yo fuese Inés del Río y viese a mis contemporáneos –los que siempre me jalearon desde la distancia sin echarse al monte– ocupando cargos políticos, cobrando del Estado y siendo parte activa, si bien miserable, de la democracia española, me diría que para esto yo destrocé 24 familias y condené mi vida: para leer un pregón y que me bailen un aurresku. Sonoro triunfo, sí: el de los alcaldes, más bien, contando muertos para saber si es apta.
Victorias de ETA, ninguna. La banda terrorista no nació para negociar las condiciones de sus presos; su derrota ha sido tal que nadie recuerda ya qué querían, sino cómo lo querían: una derrota tan palmaria que las celebraciones son hoy en las puertas de las cárceles. Todo aquello que dependía del Estado de Derecho respecto a Inés del Río, el Estado de Derecho lo aniquiló, como era su deber, incluida su juventud. Cuando tuvo que haber hecho algo más llegó tarde y trastabillado porque el mérito de esta democracia es soportar gobiernos que nunca estuvieron a la altura de sus gobernados; un drama consustancial a nuestra historia.
Las alegrías que se avecinan de ETA no las quisiera nadie para sí y tiene su cosa estética de ficción, la habitual tramoya moral sobre la que han sostenido sus justificaciones los terroristas, pero además certifica un fracaso muy depurado: aquella banda que se decía heroica por levantarse contra una dictadura militar celebra hoy la aplicación de una ley franquista. Algo habremos hecho bien los demócratas.
Si hay una derrota, ya tradicional, es esa llamita inextinguible y sedimentada en una parte de la izquierda ya irrecuperable: la celebración puño en alto de la sentencia de Estrasburgo. La rudimentaria esquizofrenia ideológica española que sigue sospechando de quien condena sin fisuras a la banda como si hubiese por ahí polvillo del franquismo. Demócratas como usted y como yo, gente de prestigio y también diputados a los que siempre les encuentro la contundencia, la felicidad y el buen humor en las excarcelaciones, nunca en las detenciones, que llenan de adversativas, preocupados.