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Septiembre

REGRESAS del verano, aún con restos de pequeñas verdades sencillas, y en el primer golpe de periódico ves que siguen ahí. Los mismos enredas, los sospechosos habituales, los del Estado paralelo, los miembros del partido de un Gobierno que no estaba maduro para gobernar. Esa tropa ridícula y lesiva como diseñada por un Shakespeare de Mercadona. Nuestros políticos triunfales. Y la lepra de los sindicatos mayoritarios, incapaces de equivocarse solos. Y la patética monarquía, ¡tan salvífica! Todos aquellos que alardeaban de exportar a Latinoamérica manuales de Transición. Los ágrafos y tramposos que juntos no dan ni para un retal de chimpancé... Ahí están, al volver del verano, con su estética Makinavaja, convencidos de que el dinero borrará su mal olor.

Si esa piara maneja los mandos de esta zodiac que es España tendrán que buscarnos en el fondo del mar. ¿Nos podemos permitir mantener en pie, todavía, a un cadáver político como Rajoy? ¿Por qué seguir volando desde el PSOE la cometa tiñosa de Rubalcaba? ¿Para qué mantener a un sacristán rancio como Duran Lleida, el mariantonieta de las suites del Palace? Y con ellos tantos otros, claro. Este es, también, el país que se ve desde fuera. El del capitalismo de casino. El de esos dirigentes pringosos que son espejo de la corrupción del sistema al completo. Pues nunca es de fiar el político que gana dinero.

El otoño avanza con las filosas al descubierto. El presidente podría prestar declaración en el juzgado, como un chori. En Moncloa han adoptado la formación de tortuga, a la manera que cuenta Polibio de la infantería romana. Vivimos en un país de Gobierno bunkerizado cuya única meta es salvarse de sí mismo. Por dentro se odian con esa fiera pasión que sólo desarrollan los mediocres cuando ven peligrar el carguete o el acuario del despacho. En el PP han comenzado los movimientos para cuando el camarlengo de turno entone ese «¡Marica el último!» que anuncia el desalojo. Entonces veremos dar el primer machetazo a los serviles de tercera fila que en televisión simulaban la misma rebeldía que una perdiz de granja.

En la máquina de las cervezas de la redacción dicen que nos vamos a divertir. Y eso, en periodismo, es bueno. Aunque estas risas, en el fondo, no tienen ni puta gracia. Son muchos los que se han quedado en la cuneta mientras una banda organizada de presuntos golfos –vicepresidentes incluso, ministros algunos– lleva años jugando al póker por encima de nuestras posibilidades. Y con nuestras tabas. Esto es septiembre.