• Sala de columnas
  • Victoria Prego

¿Y ahora qué?

El éxito de las fuerzas sindicales no se mide contando el número de trabajadores que se suma a una convocatoria de huelga ni tampoco el número de ciudadanos que acude a una manifestación. Se mide por su capacidad para forzar a los gobiernos a modificar sus decisiones y a atender, en todo o en parte, a sus exigencias. Para eso se convocan huelgas generales y justamente por ese motivo ésta es un fracaso: porque no va a servir para nada. Ni esta huelga ni diez huelgas más que convoquen los sindicatos en el próximo año. No van a lograr su objetivo porque no pueden lograrlo.

Los españoles saben, porque se lo han oído decir cien veces al Gobierno, que no va a cambiar su política económica, pase lo que pase. Y saben que no la va a cambiar porque no puede, porque Europa no se lo permite y porque la única posibilidad de que España reciba alguna ayuda exterior pasa, precisamente, por continuar con las medidas que se han puesto en marcha.

Ya pueden los líderes sindicales arengar a los cientos de miles de manifestantes que, sobrados de motivos, expresaban ayer su protesta en las calles de nuestro país. Resulta duro insistir en esto, pero el suyo es un intento inútil porque no existe una alternativa a lo que tenemos. Existe en teoría, claro, pero no en la práctica. La nuestra es una realidad tan brutal como extraordinariamente condicionada. Y la idea de que a juerzadejuerza la cosa se puede cambiar es, sencillamente, falsa.

Es posible que el Gobierno acabe fracasando en su apuesta de austeridad y recortes como cirugía imprescindible para conseguir que vuelva a haber crecimiento económico y creación de empleo. Puede, pero es pronto para asegurarlo y, por lo tanto, es del todo prematuro pedirle que eche por tierra todas las reformas emprendidas para sentarse ahora a negociar con los sindicatos una nueva política económica. Tiempo habrá para eso.

Ahora lo que toca es aguantar el tirón, trabajar más y mejor el que tenga trabajo y buscar el modo de garantizar que los más débiles encuentren apoyo y ayuda. Después, cuando haya pasado un tiempo suficiente, que tendrá que ser al menos un año más, examinar si las medidas gubernamentales han empezado o no a dar resultado. Entonces será el momento de pedir explicaciones si la apuesta del Gobierno se salda con un desastre.

Mientras tanto, estos retos sólo conducen a la melancolía porque mañana, cuando todo haya terminado, no se producirá cambio alguno. Los líderes de los sindicatos no lo ignoran en absoluto, pero parece que están dispuestos a ir desgastándose día a día a base de lanzar retos que saben que no van de ninguna manera a ganar. Al final, y si insisten en seguir llamando a los españoles a una huelga general cada seis meses, acabarán provocando el agotamiento y el desánimo de la población, además de su propio descrédito. Ayer ya comprobamos algo de esto: las manifestaciones fueron masivas, pero la respuesta a la convocatoria de huelga fue menor que la que se produjo el 29 de marzo, que ya resultó un fiasco. ¿Y a partir de ahora qué?