A mí no me gusta ser ventajista, pero los que defendimos en su momento que Otegi no debería ir a la cárcel encontramos ayer el argumento definitivo que nos dio la razón: ha escrito un libro. Por supuesto, se trata de un libro de no ficción entendemos que a la manera de Capote pero en el plano ideológico; esto es, una suerte de brainstorming en el que superada la fase pistolera de Perry y Dick, los dos se dedican a explicar su acción a partir de controvertidos supuestos filosóficos. Leído el avance en Gara la cosa parece Los mundos de Sofía si Jostein Gaarder lo hubiera escrito en una herriko taberna. Con pasajes ilusionantes, como cuando Otegi se pone Heidi: «Recogimos unas ramas de olivo en la cárcel de Navalcarnero (…) y lo único que queríamos transmitir era que no nos iban a desviar ni un milímetro del camino emprendido. Ellos temen la paz, nosotros no». Y tiene razón el ensayista: buena parte de España teme la paz porque es una paz de corte y confección hecha en mercerías de pobre. Esto es debido a que el tiempo de la recogida viene ahora, no cuando Arzalluz presumía de él. Arzalluz cosechaba mientras aplicaba la tiernísima política del PNV en los colegios y justificaba a sus chicos de la gasolina, pero quizá no creyó nunca que sus muchachos acabarían desbravándose -sinceramente o no ya tanto tiene: a ver si vamos a tener que sentarlos en la máquina de la verdad- para desalojar al nacionalismo e implantar soberanías que llegan hasta los alimentos. No eran nueces sino ramitas de olivo lo que había en el suelo entre palomas despedazadas a tiros. Pero Otegi entona el mea culpa con condicional: si algún dolor he causado. Esas conjunciones molestas como callos que se van a reproducir en los próximos años hay que irlas erosionando con rutas turísticas por los cementerios.