Cómo burlar a la pobreza sin un euro en el bolsillo

Uno de cada 11 griegos come con frecuencia en los comedores para pobres, mientras otros carecen de asistencia sanitaria

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«Comienza un nuevo día, una nueva jornada de lucha por sobrevivir». Todas las mañanas, lo primero que le pasa por la cabeza a Cristina Glyniadakis es ese pensamiento. Tiene 45 años y ella y su marido, de 55, hace dos que se vieron obligados a cerrar el negocio de servicios funerarios que tenían en Atenas. Ya no cobran el paro, que en Grecia se puede percibir como máximo por un año. No reciben ninguna ayuda del Estado. No tienen ningún familiar al que recurrir. Y los ahorros que habían reunido hace tiempo que se acabaron. ¿Qué hacer?

Una vez a la semana, desde hace cinco meses, Cristina empuja su carrito de la compra hasta el número 33 de la calle Biskini. Allí se encuentra un almacén que distribuye comida entre los vecinos más desfavorecidos de Zografou, un barrio de clase media de Atenas. Ese almacén se nutre de donaciones y sobre todo de aquellos productos que hasta hace poco, en los tiempos de derroche, acababan indefectiblemente en el cubo de la basura. Ahora en Grecia, donde una de cada 11 personas se ve obligada a acudir con frecuencia a los comedores para pobres, no se tira nada. Todo se aprovecha.

El mérito es de Xenia Papastravou, licenciada en la London School of Economics y alma de Boroume, una ONG que desde hace un año se dedica a dar de comer a las víctimas de la crisis con lo que antes eran desperdicios. Aquellos productos frescos (léase pan, bollería, verduras, bocadillos, comidas preparadas…) que iban de cabeza el vertedero, ahora sirven para dar de comer diariamente a Cristina y otras 5.000 personas.

«Y la cifra no deja de crecer. Cada día nos llegan 25 nuevas solicitudes de ayuda de personas que no tienen dinero para alimentarse», nos cuenta Papastravou, que entre otros muchos ha conseguido convencer a la cadena de panaderías Venetis, a las pastelerías Fresh y a 25 hoteles de Atenas de que le entreguen las sobras de cada día.

Cristina carga su carrito con un par de paquetes de arroz, un kilo de lentejas, dos litros de leche, un par de cajas de macarrones, cuatro latas de atún, una botella de aceite, media docena de huevos, una bolsa de naranjas, unos pimientos, unos pepinos, unos tomates, un trozo de queso y un pollo congelado. Con eso tiene que tirar toda la semana. Se lleva también una camisa de florecitas, usada pero aún presentable. «Es que esta otra mira ya como está», explica levantando el brazo y mostrando la tela raída de la sisa.

Se marcha arrastrando los pies a su modesto apartamento, por el que paga un alquiler de 250 euros al mes. «Por suerte, el casero nos conoce desde hace muchos años y aunque llevamos tres meses sin pagarle por ahora tiene paciencia y no amenaza con echarnos», asegura.

No todos tienen esa suerte. A Costantinos Prekas, de 53 años, su arrendatario le puso de patitas en la calle hace nueve meses, poco después de que perdiera su trabajo en un supermercado. Durante un tiempo, durmió en la calle. Ahora es uno de los 120 inquilinos del Lido, un hotel a pocos metros de la Plaza de Omonia, en Atenas, que tras cerrar a causa del fuerte bajón de turistas que está sufriendo Grecia ha sido reconvertido por los servicios sociales de la ciudad en un albergue para personas sin medios. «Aquí en el hotel me dan de desayunar, y para comer y cenar acudo a un comedor para pobres de la Iglesia ortodoxa», explica.

La sanidad también se ha convertido en un lujo en Grecia, donde los recortes han dejado a muchos centros sin medicamentos ni material. «Tengo cáncer de ovarios desde hace seis años y he pasado por tres operaciones. Desde hace tres meses no me dan los fármacos contra la metástasis que necesito», asegura Angelika Garufalla, ama de casa de 58 años que hace unos meses abandonó a su marido maltratador y que ha acabado en el Lido. «El domingo no pienso ir a votar. Hace ya mucho que me desengañé de los políticos», sentencia.

En un país donde la austeridad ha impuesto que haya que pagar para visitar a un especialista de la Seguridad Social, muchos sólo pueden recurrir a las ONG. Como Médicos del Mundo, que muy cerca de la Plaza Omonia de Atenas tiene un consultorio en el que 40 médicos voluntarios atienden a la gente de manera gratuita. «Logramos ver a unas 120 personas al día, pero muchas veces cuando echamos el cierre hay una cola de unas 400 personas», explica Christina Samartzi, una de las responsables.

Y qué decir de la plaga de suicidios: en los últimos dos años 1.725 griegos se han quitado la vida a causa de la crisis. También hay una ONG que se ocupa de ayudar a los que están pensando en esa medida radical. Klimaka tiene una línea telefónica que funciona las 24 horas a disposición de los que, desesperados, se plantean quitarse de en medio. «Recibimos unas 100 llamadas diarias», explica uno de sus responsables.

No todo son privaciones en la vida de las víctimas de la crisis, algunos de ellos en lugar de zamparse las habituales lentejas omnipresentes en los comedores populares, se deleitan a veces con un plato exquisito. Prestigiosos chefs de Atenas se han sumado al ejército de ángeles solidarios que se ha puesto en marcha para ayudar a los necesitados.

>Grecia. Tres escenarios. Videoanálisis de María Vega, Héctor Estepa y J. G. Gallego.