Aunque le gusta recordar su condición de psicólogo, Daniel Kahneman (Tel Aviv, 1934) ganó en 2002 el Nobel de Economía. La Academia sueca reconoció la influencia de sus estudios, que mostraron que nuestras decisiones no son tan racionales como parecen y abrieron el camino a la neuroeconomía, una disciplina que aspira a explicar los vaivenes financieros como el fruto de un cerebro que a menudo se guía por su instinto más irracional.
Kahneman publica ahora en España Pensar rápido, pensar despacio (Debate), un libro que arrasó en otoño en las librerías anglosajonas y que aspira a explicar cómo funciona el cerebro humano en un tono sencillo y con ejemplos que cualquiera puede comprender.
Se podría decir que el libro es una novela en la que el cerebro se desdobla en dos personajes. El primero es lo que Kahneman denomina el Sistema 1, el engranaje que controla nuestros hábitos y nuestras intuiciones y rige la inmensa mayoría de las cosas que hacemos todos los días. El segundo es el Sistema 2, la maquinaria que embrida nuestros instintos primarios y produce nuestros pensamientos más elaborados. Kahneman charló con EL MUNDO sobre ambos sistemas y sobre su influencia en la economía y en las decisiones de nuestros políticos.
Pregunta.- Usted dice que el Sistema 2 es la persona que nosotros creemos que somos. ¿Quiénes somos en realidad?
Respuesta.- Los hombres producimos muchos pensamientos elaborados. Pero no podemos explicar por qué el cuatro se nos viene a la cabeza al pensar en dos más dos y la inmensa mayoría de nuestra vida intelectual está regida por ese tipo de pensamientos automáticos, regidos por lo que yo denomino Sistema 1. Esos pensamientos nos sobrevienen automáticamente. Son nuestros prejuicios e intuiciones y a menudo nuestro cerebro no hace sino aceptarlas como ciertas sin pensar.
P.- ¿Quiere decir que nuestros pensamientos inconscientes influyen más en nuestra conducta que nuestro pensamiento racional?
R.- Influyen más de lo que creemos. A menudo nuestro cerebro racionaliza los pensamientos automáticos y los presenta como el fruto de un razonamiento elaborado. Pero son historias que nos inventamos para justificar decisiones que en realidad son fruto de nuestros prejuicios. Es una forma de engañarnos.
P.- Usted dice en el libro que nuestro cerebro funciona con la ley del mínimo esfuerzo.
R.- Es cierto. El pensamiento complejo requiere esfuerzo y a la hora de escoger entre dos caminos, nuestro cerebro suele elegir el más sencillo. El esfuerzo mental supone un coste y el cerebro tiende a economizarlo. Lo que yo denomino Sistema 2 es responsable del pensamiento elaborado pero también del autocontrol. Eso quiere decir que somos más creativos y más racionales en un entorno distendido y viceversa. Que nos cuesta mucho más pensar cuando nos queda poco tiempo o estamos bajo presión. A nuestro Sistema 2 no le gusta actuar contrarreloj. El pensamiento elaborado requiere tiempo y el Sistema 1 siempre está dispuesto a ayudar. Por eso muchas veces actuamos guiados por nuestros prejuicios y no por un análisis racional.
P.- Entre las distorsiones que los pensamientos automáticos crean en nuestras decisiones, usted cita la influencia que produce en nosotros la primera impresión que nos causa una persona o una institución. Supongo que esto también vale para los políticos.
R.- Por supuesto. Incluso la primera impresión física. Varios estudios recientes indican que la forma del rostro de un político tiene que ver con sus logros electorales.
P.- Entre los ejemplos que usted describe en su libro, me impresionó especialmente el que describe la influencia en el voto del entorno. Quienes ejercen su derecho en un colegio electoral situado en una escuela tienen más probabilidades de votar a favor de partidos que defienden la gratuidad de la educación.
R.- Así es. Es un buen ejemplo porque explica que muchas de las cosas que ocurren en nuestro cerebro son el fruto de asociaciones automáticas. Quien vota en una escuela piensa más en la educación. Pero algo similar ocurre si uno vota en una iglesia o delante de un gran retrato del líder. El contexto siempre influye en nuestras decisiones. Somos menos racionales de lo que pensamos.
P.- Y nuestro voto también.
R.- Por supuesto. La inmensa mayoría de los ciudadanos vota con el Sistema 1. Lo dicen decenas de estudios sobre la influencia de la apariencia del candidato. Los políticos y los publicistas son conscientes de ello y por eso no lanzan mensajes racionales sino emocionales. Apelan a nuestros instintos y no a nuestro ser racional. No sabemos el porqué de nuestros valores o nuestras creencias. No sabemos por qué algunas cosas nos repugnan u otras resultan tan atractivas. Son cosas que están grabadas en nuestro cerebro y para nosotros son ciertas. He ahí el motivo por el que es tan difícil cambiar las percepciones de las personas. Porque sólo aceptamos que algo es cierto si encaja con esos prejuicios. Es imposible cambiar las percepciones de una persona a base de razonamientos. Sólo podemos hacerlo por medio de mecanismos emocionales y los políticos son conscientes de ello.
P.- Usted dice que George W. Bush fue un presidente más primario y que Barack Obama es un político más reflexivo. ¿Podría eso influir en la campaña que se avecina?
R.- Podría ser. Obama fue un político muy exitoso cuando apeló a las emociones en la campaña de 2008. Lo sorprendente es que eso cambió al llegar al poder. Bush siempre estuvo muy orgulloso de su intuición y de su capacidad para tomar decisiones sin titubear. Obama hace justo lo contrario. Le lleva mucho tiempo tomar decisiones y es curioso porque a los ciudadanos no les gustan los políticos que tardan en decidir. A la gente le gustan los líderes que deciden inmediatamente.
P.- En Europa toca tomar decisiones difíciles sobre el futuro del Estado del Bienestar. ¿Cuáles deberían ser nuestras prioridades?
R.- Es un problema enorme y el Sistema 1 no está preparado para asumir objetivos a largo plazo. Ese mecanismo tan influyente de nuestro cerebro vive casi siempre en el presente o en el futuro inmediato. Por eso es tan difícil para nosotros asumir emocionalmente un sacrificio en el presente para lograr un objetivo lejano como salvar el euro o prevenir el cambio climático. Cuando uno percibe una discrepancia entre lo que es concreto e inmediato y lo que es remoto y abstracto, el atractivo de lo inmediato siempre es irresistible. Es imposible que un gobernante logre un rédito electoral por evitar un desastre lejano en el tiempo. Los ciudadanos lo castigarán porque asociarán sus políticas con la crisis.
P.- ¿Cómo puede persuadir un Gobierno a sus ciudadanos de la necesidad de aprobar reformas impopulares?
R.- Es muy difícil. Es posible hacerlo cuando las cosas van bien, pero mucho más difícil en una situación como la actual. Hay una gran diferencia entre repartir las pérdidas y los beneficios. Nuestra naturaleza nos lleva a estar siempre más dispuestos a compartir beneficios con otras personas. Compartir las pérdidas exige una negociación mucho más complicada y con más posibilidades de naufragar. Tomar decisiones impopulares es muy difícil y sólo lo logran líderes capaces de apelar a las emociones de los ciudadanos, políticos capaces de convencer a sus votantes de que si hacen algo la situación mejorará en el largo plazo. Porque otro de los efectos perniciosos de la crisis es que reduce nuestra capacidad de pensar a largo plazo.
P.- En países como España sólo hay pérdidas y no tenemos ese líder.
R.- Es un problema grave. Entre otras cosas porque los gobiernos se hacen muy impopulares en muy poco tiempo aunque no sean responsables de la crisis. Los ciudadanos perciben que es su trabajo reconstruir la economía y si no lo logran, les sacan del poder. Así funciona el mundo.
P.- Y sin embargo hay reformas sin las cuales los países europeos no saldrán adelante. ¿Cómo lograr que los ciudadanos las acaten?
R.- Es importante que no haya perdedores en una reforma porque son los perdedores los que propician la parálisis gubernamental. Quienes se benefician de una reforma no ponen tanto empeño en defender su posición como quienes salen perdiendo con ella. Por eso sólo suelen salir adelante dos tipos de reformas: aquellas en las que nadie pierde y aquellas que se aprueban en medio de un derrumbe económico general que afecte a todos los estratos de la sociedad.
P.- ¿Es imposible convencer a alguien de que debe pagar por algo que hasta ahora recibía gratuitamente?
R.- Es muy difícil porque nuestro cerebro tiene una fuerte aversión a las pérdidas. Es posible lograrlo pero sólo a costa de vencer una gran resistencia. Hay sistemas que incentivan el ahorro aumentando las contribuciones de un empleado a su plan de pensiones cuando su empresa le concede un aumento de sueldo. Es mucho más difícil aumentar esas contribuciones en medio de una crisis como la actual. No vemos los motivos para actuar a nuestro alrededor. Nos parecen problemas demasiado abstractos. Y las democracias están peor preparadas si cabe que los regímenes autoritarios porque el proceso democrático demora inevitablemente esas decisiones.
P.- ¿Hasta qué punto la evolución sigue influyendo en nuestra conducta?
R.- No cabe duda de que somos criaturas de la evolución. Pero hay distintas formas de concebir la influencia de la evolución. Algunos creen que nuestros órganos y habilidades son óptimos porque fueron perfeccionados por la evolución. Otros piensan que no siempre es así porque algunos de nuestros rasgos no son más que efectos secundarios de nuestra adaptación a un entorno que ya no existe. Mi impresión es que no todos nuestros rasgos los ha perfeccionado la evolución. Sobre todo en el caso de los sistemas cognitivos, que son más recientes y no han tenido tanto tiempo para evolucionar. El ojo ha tenido muchos siglos para adaptarse. Nuestro cerebro reflexivo es más reciente.
P.- ¿Se impone siempre el político que apela a nuestros prejuicios?
R.- No siempre. Hay líderes que logran ganar elecciones apelando a nuestra personalidad más reflexiva y creo que en general hemos ido mejorando en las últimas décadas. Pero mi impresión es que eso puede empeorar en una crisis como la actual. Hay crisis que unen a las personas en torno a un objetivo común. Pero esta crisis provoca división porque cada uno tiene sus propios intereses. Quien tiene un empleo quiere conservarlo a toda costa. Quien tiene una sanidad gratuita también quiere conservarla. Eso hace mucho más difícil tomar decisiones para cualquier político.