LAS REFORMAS DEL GOBIERNO / ESTEBAN GONZÁLEZ PONS

Regeneración

SEAN MACKAOUI

MIRÉ LOS muros de la patria mía, y su tasa de crecimiento, y su prima de riesgo, y sus datos del paro, si un tiempo fuertes ya desmoronados. Sin pulso. Y descubrí que, de nuevo, como si la historia se repitiese con obstinación, los españoles nos dividimos entre: los que se lamentan por el desastre sin aportar ningún remedio, los que aprovecharían la depresión para liquidar el proyecto común, los que piensan que con buscar al chivo expiatorio para perseguirlo a muerte hacen suficiente y los que sostenemos que cada crisis profunda es también una oportunidad para una profunda regeneración.

Es fácil ponerse de acuerdo en que necesitamos reformas políticas para conseguir, en nuestras instituciones públicas, el mismo tipo de calidad democrática que disfrutamos en internet. Cuesta más compartir que, por la misma razón evidente, requerimos reformas económicas que nos permitan seguir siendo una sociedad destacada en un planeta globalizado y muy competitivo. El contexto internacional evoluciona muy deprisa y nuestras respuestas a sus retos también deben ser rápidas y, desde luego, actuales. No basta con haber sido de los mejores hace tres décadas o hace 10 años, hemos de volver a serlo en un escenario completamente nuevo.

Los sacrificios no son un castigo por pasadas alegrías, ni los españoles son culpables por haber consumido más sanidad o educación de la que hoy podrían costear con sus impuestos. Recibir sanidad y educación es su derecho y lo ejercen en las condiciones que ofrece la Administración. Tampoco se explican los ajustes presupuestarios como consecuencia de la necesaria reducción del déficit público, puesto que el Estado es capaz de prestar servicios de igual calidad ajustándose a lo que ingresa. Ni siquiera constituye una excusa suficiente presentar el reequilibrio forzoso de las cuentas autonómicas como una exigencia de la Unión Europea o de los mercados de deuda, porque esos 17 presupuestos nunca se tenían que haber desequilibrado. La cuestión es que, en los últimos años, España ha vagado sin rumbo ni horizonte, desconcertada y confusa, hablando por hablar. Sonriendo al público, pero a la deriva.

Ahora los políticos tenemos tres opciones: no hacer nada, hacer lo justo o aprovechar la crisis para hacerlo todo, lo urgente y también lo necesario. Para enderezar lo que se haya torcido, pese a que ofrezca resistencia. El Gobierno centrista de Rajoy ha optado por lo último y pienso que ése es el camino de los que creen en España y la quieren renovada y cargada de futuro. Y también creo que los que compartimos la aspiración de una España regenerada debemos compartir con el Gobierno su impulso reformador. Volviendo al relato nacional del pueblo que supera las dificultades cosiendo complicidades y sentido común, como en la Transición.

Nuestro país vive una situación muy difícil. No es ningún secreto. La grave coyuntura económica ha truncado las vidas de millones de españoles y se ha llevado por delante cientos de miles de empresas. Pero es que, en lugar de ayudar a remediar ese desastre, el año pasado el conjunto de las administraciones gastó 90.000 millones de euros más de lo que ingresó. Eso supone un endeudamiento de 2.000 euros por español en tan solo un ejercicio. Un cobro a cuenta de impuestos que aún están por devengarse. Afirmar que esto no podía continuar así es una obviedad. Además, hay que proclamar que la austeridad, la moderación, la solidaridad y el respeto al contribuyente son valores que urge restaurar. No conformarnos con pasar el apuro, apostar por una España mejor.

Para salir de la verdadera crisis que padecemos es necesario restablecer principios democráticos esenciales, como que los políticos no pueden gastar, en nombre de los ciudadanos, lo que estos no tienen o no están dispuestos a darles. El aumento del déficit público daña nuestras posibilidades como país, hipoteca nuestro futuro y pone en riesgo el Estado del Bienestar. Unas cuentas públicas saneadas y equilibradas son la mejor garantía de los servicios básicos de calidad que todos queremos preservar.

En tan solo cuatro meses el Gobierno ha puesto en marcha, sin improvisaciones ni bandazos, una agenda de reformas necesarias, no siempre fáciles, para revertir nuestra compleja situación. Éste es el camino correcto. En realidad el único camino, aunque, lamentablemente, resulte largo y difícil.

Si seguimos sólo quejándonos de lo que nos pasa, dejándonos complacientemente caer cada vez más hondo, resbalando sin compartir planes y reparaciones ni unirnos para llevarlas a efecto, pronto, si no ya, estaremos hablando de falta de patriotismo de nuestros políticos, desprecio por lo propio de nuestros intelectuales, fuga de cerebros, leyenda negra contra nuestras finanzas, ausencia de interés común en la opinión pública, dictadura de la tradición intolerante, pérdida de posesiones en ultramar o incomprensión entre las clases sociales. Como después de 1898, como si el tiempo no hubiera pasado. Si nos limitamos a reclamar que vengan otros a salvarnos porque nosotros, tan pintorescos, ni queremos ni podemos, acabará doliéndonos mucho España. Otra vez.

Es hora de responsabilidad y de ambiciones compartidas. Es hora de reivindicar los logros de 1978 y 1996, y no de recrearnos en otro espíritu derrotista como el de 1898. En 1996, con una tasa de paro del 22% y un déficit público del 7%, nos enfrentábamos al sueño casi imposible de entrar en el euro. Otro Gobierno, también de centro, pidió a los españoles esfuerzos y sacrificios. El resultado fue una de las mayores etapas de crecimiento y bienestar de nuestra historia reciente.

España es un lugar, un país y una nación histórica. Eso está claro. Aun así, muchos, en esta época complicada, encuentran que ninguna de las tres cosas justifica que lo siga siendo, ni siquiera que existan razones para que continúe unida. Pero España es, también, una idea, la imagen de una aspiración de convivencia, lealtad y progreso compartida por innumerables personas. Y, en este sentido, sí que puede afirmarse que España, para existir, debe renacer continuamente como proyecto nacional, como promesa o esperanza de un porvenir mejor que el presente. Entiendo que los que no la quieren o los que no quieren lo que representa, estén dispuestos a dejar decaer a España, pero no que los españoles nos quedemos petrificados ante la dificultad. Aquellos para los que la nación es el ovillo de las oportunidades de cuantos anhelan tener oportunidades, tenemos la obligación de asegurar que esta vieja piel de toro se adaptará otra vez a su tiempo y nos seguirá sirviendo. Que continuará navegando y que nos incluirá. Ser un buen español, como siempre, es dar la cara por la regeneración de España.

Y eso es lo que, imperiosa, necesaria y urgentemente, en mi opinión, está haciendo el Gobierno de Rajoy.

Esteban González Pons es vicesecretario de Estudios y Programas del Partido Popular.