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  • Antonio Gala

La generosa

YO CONOCÍ el Berlín Este antes que el otro. Era tranquilo pero inquietante. Daba la continua impresión de que algo se ocultaba. El otro estaba casi como una chota fuera de sus casillas. En el primer Berlín creció la Merkel. Es incombustible al parecer, pero ha quemado, en menos de dos años, a dos políticos compatriotas de mayor tamaño que ella. A eso está acostumbrada: al marido que le dio el nombre que aún conserva y que le limpiaba la casa sacrificando su proyecto vital, lo dejó en cuanto concluyó su doctorado: no dio más explicaciones que llevarse la nevera. Con Helmut Kohl se comportó lo mismo, a pesar de su buen trato, cuando el escándalo de las cuentas ocultas. «Fuera los viejos líderes», gritó. Y se colocó ella de líder de Alemania. Parece ser que a esta Angela, con alas sólo para el ascenso personal, no le sobrevive íntegro nadie. La última víctima, de momento, ha sido Wulff. Y Sarkozy anda, ya por poco tiempo, en la cuerda floja, danzando al son que ella toca. En cuanto a la Unión Europea, está al caer también: el de ella es demasiado peso. De los gafes con cara de suavones tendríamos que huir a toda prisa. Y, si son gordos, más.