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  • Manuel Jabois

Verano azul

EL MOMENTO más angustioso de la temporada se produce cuando alguien repara en que Guardiola no ha garantizado su continuidad el año que viene. Tiene que ver con el fútbol pero aún más con el futuro de la Humanidad y no dejar solo al Satán de Setúbal. Esa costumbre tan chic de renovar anualmente tiene el defecto de que genera ansiedades estrepitosas. Hace unos días John Carlin, en un artículo muy british, advertía del desequilibrio terráqueo que acarrearía la marcha de Pep: subirían las mareas y el eje del planeta podría trasladarse de tal modo que muchos países serían volcados directamente al océano. Los madridistas no disfrutamos del estado de histeria porque sabemos que el silencio de Pep es su singular manera de sentirse amado y al fin y al cabo Guardiola tiene el mérito de haberse metido en nuestro ADN; incrustar, siquiera levemente, una pequeña barcelonitis que sin embargo nos queda bien, como una cojera elegante. O sea que si Pep no sigue, la operación Conmoción y Espanto dejará huella profunda en la vida española. Esa tarde azul los talentosos nens de La Masía estarán haciendo un rondo mientras a lo lejos se vislumbrará a Xavi a la carrera sorbiéndose las lágrimas: «¡Chanquete ha muerto!». Y encima de esos campos de entrenamiento que alumbraron la camadarería del fútbol ecológico de un pequeño país que cautivó al mundo construirá ACS, en un gesto redentor de mourinhismo, dos torres para oficinas de Goldman Sachs, un cuartel toledano de la Guardia Civil, sucursales de la CIA desde las que se ordenen vuelos a Guantánamo y un despachito en el que pueda escribir su artículo semanal García Ferreras. Todos los veranos terminan igual.