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Un valor oficial

Los jugadores del Real Madrid celebran el segundo gol conseguido el sábado frente al Betis. / E. ABAD / EFE

De todos los adjetivos laudatorios que ha inspirado el Barcelona de Pep Guardiola, hay uno en particular que vuelve con frecuencia pero que no comprendo. El de contracultural. Como si un equipo pudiera ser al mismo tiempo modélico, orgánico y beat. O se está en la insurgencia, o se es amado por todos, ambas cosas no son posibles. O se aúlla, como Ginsberg, o se es un ejemplo para los niños. Y hace tiempo que este Barsa, sin duda triunfal y extraordinario en el juego, no sólo se inclinó por lo segundo. Sino que trascendió los límites de lo deportivo para convertirse en un valor oficial, abrumador, que irradia el mismo narcisismo moral, la misma certeza de estar en el lado bueno del maniqueísmo, que la gauche-divine. Es por esto que, cuando Guardiola dice que tendrá que revisar su comportamiento si se parece al entrenador del Real Madrid, uno tan sólo ve esnobismo intelectual.

En el fútbol actual, lo contracultural es proponerse existir con una idea hostil a cuanto significa el Barcelona de Guardiola. Lo contracultural es elegir estar en el lado malo del maniqueísmo, en el reverso de la oficialidad, aguantando los autos de fe de los guardianes de la verdad revelada. Y eso sólo lo hace el Real Madrid, al menos desde que decidió no extinguirse oliendo a incienso y falso señorío.

El de Sevilla fue un partido delirante, que abolió las pausas del medio campo para retumbar de un área a otra. No era posible ir un instante a la cocina: siempre estaba ocurriendo algo que remitía al fútbol en su versión más dinámica y temperamental. Ni un adorno retórico, ni una sola contención. A Pedro Ampudia le recordó el boxeo del primer Tyson, el que sólo buscaba golpes de KO que entraban por todas partes como si tuviera más brazos que la diosa Kali. Pero para eso habría hecho falta que Tyson boxeara contra sí mismo, porque también el Betis aceptó resolver el partido en esa ley y fue un contrario magnífico, que aportó aún más prestigio a una victoria que también podría haber sido suya. Y más con dos penaltis no concedidos.

Estos partidos de vértigo acaso sean los que menos favorecen a peloteros de inspiración quebradiza como Özil, que goteó talento en ocasiones, pero pareció atropellado por la estampida en otras. Los suelen resolver los pegadores. Cristiano, que se las arregla para aparecer solo en el área con esos repentismos que burlan la vigilancia y demuestran que el Madrí ya tiene muy automatizados el tráfico de pelota y las complicidades. E Higuaín, que resolvió un punto de inflexión justo cuando el partido exigió una respuesta con carácter.

Aunque fuera divertido para el espectador y nos revelara un Betis admirable, el partido no reflejó las pretensiones de Mourinho, quien querrá un mayor control de los trances para no tener que sobrevivir a tanta incertidumbre. Pero recordó que a esta Liga ha llegado el Real Madrid como un segundo pistolero a la ciudad, y que alteró definitivamente el destino fatalista al que Chamartín parecía abocado.

Ese proyecto de Mourinho será legitimado por el título de campeón, que le dará una proyección de largo aliento y un blindaje con el que resistir tanto insulto, si no desiste, harto ya. Queda pendiente un cruce de Champions entre el Real Madrid y el Barcelona que determinará hacia dónde bascula el futuro. El Barsa tendrá a favor a un Messi capaz de compensar las fatigas existenciales del entrenador y de postergar por sí solo cualquier final de ciclo. También está la posibilidad de que Mourinho no haya superado aún los quebrantos psicológicos con los que acompleja en los clásicos al mismo grupo de hombres a los que vuelve febriles y voraces ante cualquier otro rival.

Por su parte, el Madrid sabe que ya es más fuerte, que no vive en perpetua escapada ni a la intemperie del estilo. El verdadero acontecimiento contracultural es que el Madrí del 2-6 y otras humillaciones ha forjado una grandeza absolutamente diferente a la del Barcelona. Le ha robado la exclusividad. Es cierto que alrededor de Mou ha cuajado un movimiento redentor, con enorme conciencia de sí. Pero es que sólo así se combaten los grandes valores oficiales, y el Barsa lo es.