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Batasuna se adelanta

La portavoz de la alegalizada Batasuna, Maribi Ugarteburu, debía de sentirse ayer la reina del Parlamento vasco en la tribuna de invitados. Debajo se representaba un espectáculo sólo para sus ojos, con el argumento de sus presos y su legalidad.

El lehendakari citó a Mario Onaindia en apoyo de sus tesis. «[Mario] decía con profundo dolor: 'Vivo en un país donde se reivindica el asesinato'». Lo citó con buena intención, para expresar su deseo de que en la sociedad vasca del futuro «nunca más pueda afirmarse algo tan terrible».

No está mal, pero la cita es falsa. Mario presentaba en una librería de Bilbao una novela de mi amigo Jorge Martínez Reverte, Gálvez en Euskadi, y comentó con sorna la inverosimilitud de una novela policíaca vasca: «Es que aquí, el crimen se reivindica».

El lehendakari hizo un análisis voluntarioso, tratando de no mosquear más de lo justo a su socio de Gobierno, pero cometió más errores que el de la cita. Empleó dos veces la expresión «acelerar el fin definitivo del terrorismo». Mal se puede acelerar lo que en su opinión ya es un hecho desde el 20 de octubre en que ETA proclamó «el fin definitivo de las acciones armadas».

Un lenguaje tan prêt à porter, con «tantos, tontos tópicos», como titula su último libro Aurelio Arteta, es un signo de ausencia de pensamiento. Un suponer, el ciclo de la violencia, locución tan huera como ajena. Los ciclos, en economía, señalan una etapa de crecimiento y abundancia seguida de otra de crisis, las vacas gordas y las flacas que soñaba aquel faraón del antiguo Egipto. No hay ciclos de violencia y ciclos de paz; es un dislate acuñado por ETA y la izquierda abertzale para ocasión solemne. «El ciclo de la lucha armada se ha cerrado», dijo Rufi Etxeberria el 8 de febrero de 2011, durante la presentación de los Estatutos de Sortu.

Patxi López llamó «acuerdo en el Congreso» a la enmienda que se quedó en lamento. Basagoiti rectificó sobre la marcha: «La moción aprobada, mejor dicho firmada, en el Congreso de los Diputados…». Ni fue aprobada ni fue moción. Egibar estuvo más exacto al llamarla «el texto de Madrid». No se entiende, por otra parte, que si a López le parecía un buen acuerdo, no lo presentara ayer a votación, con el fin de poder hablar con propiedad de «acuerdo parlamentario». Tampoco se entiende que el lehendakari fuera al Pleno a cuerpo gentil, sin pactar previamente los apoyos necesarios, con su socio y el PNV, un suponer.

López abogó por nombrar un comisionado, -¿no sería mejor un comisario, lehenda?-, legalizar Sortu y crear una ponencia para la convivencia. Pero, por mucha prisa que se dé, llega tarde. Ugarteburu se le había adelantado en la liturgia de la legalidad con una rueda de prensa en el lugar en el que comparecen los portavoces de los grupos, con el parlamentario de EA en el papel de pottoka de Troya. Y lo hizo como si fuera la portavoz de un grupo mayoritario: calificó de «ilegítimos» al Gobierno y al Parlamento y amenazó con disolver la Cámara, en vez de disolver a ETA. López debería maliciarse que, después de todo, tal vez no estén por la labor de disolver, ni de condenar a su banda terrorista.