EL HÉROE GRIEGO QUE LUCHA EN LA CALLE

El día que, en plena ocupación nazi,

subió a la Acrópolis para quitar la esvástica,

Manolis Glezos bajó convertido en un héroe.

Esta semana, agredido por la policía por oponerse a los recortes, habló con Crónica: «Alemania nos debe desde la guerra 162.000 millones. Con intereses, un billón»

Manolis, casi 90 años, «es el símbolo de la conciencia colectiva griega», dice un profesor de Ciencias Políticas.

Hay varios puntos en común en todas las protestas griegas. Todas ocurren en la plaza Syntagma. El bloque comunista marcha por separado del resto de manifestantes. La mayoría son ciudadanos pacíficos, escandalizados por la austeridad y la falta de liderazgo político de uno de los peores desastres financieros de la historia.

En algún momento, grupos de anarquistas atacan a la policía con piedras y cócteles molotov. La policía responde con botes de gases lacrimógenos, decenas de ellos, para despejar la zona. Estallan pequeñas batallas, sube la tensión, reina la violencia. Se rompen escaparates, se incendian papeleras, la policía apalea a los manifestantes... A veces incluso arden edificios.

Y hay otro hecho que se repite. Un fiero anciano siempre está en plena acción: adelante, en el centro. Pero no es un líder. Es una figura prominente, claro está, pero está allí como cualquier otro. Viejo, sí, frágil, pero tan apasionado como los demás. Siempre se mete en líos.

En marzo de 2010, un policía le gaseó a las puertas del Parlamento y tuvieron que arrastrarle a un lugar seguro. Este domingo, volvieron a gasearle en el mismo lugar, se desmayó y tuvieron que llevarle a la enfermería del Parlamento para que recibiera cuidados urgentes. La policía le considera un agitador. Su nombre es Manolis Glezos. Lleva 70 años luchando así. Tiene 89.

Uno puede señalar cuatro grandes acontecimientos en la historia moderna de Grecia: la ocupación nazi, la guerra civil, la dictadura militar y el colapso financiero. Glezos ha participado en los cuatro.

El hecho que le marcó para siempre ocurrió al comienzo de su vida. Nacido en 1922 en la isla de Glaxos y criado en Atenas, Glezos era demasiado joven para alistarse en el ejército cuando comenzó la II Guerra Mundial, así que se matriculó en la universidad para estudiar Económicas. En la noche del 30 de mayo de 1941, cuando los nazis habían ocupado totalmente el país (el último bastión, Creta, acababa de caer), se coló en lo alto de la Acrópolis a través de una cueva junto a Lakis Santas, un amigo y camarada. Juntos, se las arreglaron para arrancar la bandera nazi de su mástil y escabullirse sin que les detectaran los guardias.

El valor simbólico de su gesto fue enorme. La noticia viajó de inmediato a todo el mundo. Este simple acto de desafío en uno de los periodos más oscuros de la guerra se convirtió en un motivo de esperanza para las naciones asediadas del planeta.

Los dos jóvenes, inconscientes de la enormidad de su gesto, escondieron la bandera en un antiguo pozo (allí sigue todavía) y se dieron a la fuga. Al final, los arrestaron un año más tarde. Los dos tenían 19 años y los condenaron a muerte.

Tras la liberación, Lakis Santas se convirtió en comunista, se enfrentó a procesos judiciales y, finalmente, emigró a Canadá, donde vivió el resto de sus días en paz. Manolis Glezos, sin embargo, sólo acababa de comenzar su lucha.

El final de la Segunda Guerra Mundial no trajo el fin del sufrimiento en Grecia. Comenzó una guerra civil de cuatro años entre el ejército de la nueva república griega y las guerrillas comunistas, las más eficaces en la resistencia contra los nazis, que dejó al país todavía más dividido y machacado.

Manolis Glezos era un miembro destacado del partico comunista y el director de su periódico oficial. Como tal, lo encarcelaron en muchas ocasiones, incluso después de que terminara la guerra. Recibió dos sentencias a muerte y fue elegido diputado del parlamento mientras estaba en la cárcel.

Por supuesto, las sentencias nunca se ejecutaron y, al final, lo soltaron de prisión en 1954. Cuatro años después, lo arrestaron de nuevo, acusado de traición junto a otros destacados militantes del partido comunista. Lo sentenciaron a cinco años y, de nuevo, fue elegido diputado en prisión. Al final, lo soltaron en 1962, siguió en libertad cinco años y lo detuvieron de nuevo en 1967, el mismo día del golpe militar.

En total, ha pasado casi 16 años de su vida en prisión o en el exilio.

«Glezos es el símbolo de la conciencia colectiva griega», dice Nilos Marantzidis, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Macedonia en Tesalónica. «Su acto revolucionario durante la guerra fue el momento crucial de su carrera. Pero sus ideas políticas han ido variando. El Glezos de los 50 es muy distinto al Glezos de los 80. Pero si hay una constante en su carrera es la noción de que Grecia es una nación unida que siempre está en lucha contra enemigos extranjeros».

EL COMIENZO DEL CAOS

En los 80, Glezos, miembro del movimiento izquierdista EDA, participó en tres elecciones como candidato del PASOK, el partido socialista liderado por Andreas Papandreu que dirigió Grecia durante la mayoría de los años 80 y que sentó los cimientos de la salvaje acumulación de deuda por un estado corrupto.

«Durante los 80, el país desarrolló una nueva narrativa para explicar la forma en que se ve a sí mismo y se enfrenta al pasado», dice Marantzidis. «Glezos estaba en una buena posición para convertirse en el foco de esta narrativa».

Esta puede ser una explicación para la inédita supervivencia de Glezos como una figura política. Muy pocos se las han arreglado para estar presentes en todos los momentos cruciales de la Grecia moderna y jugar un papel fundamental en esos hechos. Y, aunque su ideología haya ido cambiando por el camino, él siempre ha tenido una cosa clara. Para Glezos, no se trataba de batallas distintas. Son la misma batalla. Y la libra sin descanso.

La crisis financiera griega ha alcanzado un momento crucial. Los dos últimos años han sido un aluvión de medidas de austeridad que han machacado la economía casi tanto como la paciencia del ciudadano. Como las reformas estructurales son dolorosas y difíciles de aplicar, los recortes en salarios y pensiones son el camino más sencillo para apaciguar a los acreedores. La negociación ha sobrepasado las dotes de maniobra del liderazgo político de este país.

Inevitablemente, la gente se lanza a las calles. Y Manolis Glezos siempre está con ellos junto a su compañero de indignación, Mikis Theodorakis, un legendario compositor de 87 años. Según parece, la historia de las protestas encaja a la perfección con su propia vida.

Glezos vive junto a su esposa en una vieja casa de dos pisos en un suburbio del norte de Atenas. Me da la bienvenida en un estudio contiguo a su salón, que está repleto de libros, fotografías... Los restos familiares de una vida plena, activa.

Glezos es un hombre viejo, pero nada indica que vaya a cumplir 90 años en septiembre. Su cara, austera y elegante, está coronada por una espesa mata de pelo blanco. Sobre su labio hay un bigote como la nieve y perfectamente recortado. Dos ojos azules, incendiados de fervor juvenil, están encajados bajo sus salvajes cejas canas.

Su voz tiene un timbre ruidoso y cristalino: la voz de un político o un demagogo... y de los buenos. No parece que haya cumplido ni un día más allá de los 60. Charlamos sobre lo que charlan todos los griegos: la crisis financiera. «Hoy, la única solución son las elecciones generales», asegura. «Nuestro sistema electoral está en caos. El Gobierno está totalmente alejado de los deseos de la gente. Necesitamos elecciones y que los partidos de la izquierda se unan, que dejen sus diferencias al margen y logren la oportunidad de gobernar».

Según una reciente encuesta, esta posibilidad no sería imposible. Los tres partidos de izquierda (Izquierda Democrática, SYRIZA y los comunistas) obtendrían el 43,5% de los votos. Mientras, los conservadores de Nueva Democracia se quedarían en un escuálido 27,5% y el partido del Gobierno, el PASOK, se hundiría a la quinta plaza, con un 11%. Sin embargo, la idea de que los tres partidos aparquen sus ancestrales disputas y se unan parece bastante improbable. «Si la izquierda pierde esta oportunidad», clama Glezos, «debería disolverse».

Glezos tiene ideas muy claras sobre el futuro del país y se le da bien explicarlas. Cree que Grecia debería negarse a pagar ni un euro de su deuda «odiosa». Tiene un plan de cinco puntos para reformar la economía. Sabe exactamente lo que debe hacerse para resucitar la industria pesada, tiene propuestas para reestructurar su infraestructura energética... Y cree que Grecia debe exigir las reparaciones que Alemania le debe desde la guerra.

«Tienen que darnos lo que nos deben», dice. «Según mis cálculos, la cantidad suma 162.000 millones de euros. Con un 3% de interés, la cifra superaría el billón de euros. Grecia es el único país que no ha cobrado las reparaciones a las que tenía derecho. Y Alemania es el único país que no nos pagó. Bulgaria pagó. Italia pagó. Deberíamos hablar seriamente sobre esto. Nuestros gobiernos han estado mareando la perdiz durante décadas. He luchado por esta causa desde 1946».

Otra constante de su carrera es su creencia en la democracia absoluta, en el derecho de la gente a gobernarse a sí misma. Como alcalde de su aldea natal de Apiranthos, en Naxos, desarrolló un fugaz sistema de autogobierno en 1986. Él vislumbra algo similar para todas las naciones. «El poder debe pertenecer a la gente», dice. «Este cambio no puede ser frenado ni parado. Todos debemos participar en la toma de decisiones. El poder político debe ser repartido entre todos los miembros de la sociedad».

Su lucidez y su elocuencia son hipnóticas; su entusiasmo y pasión, contagiosos. Uno puede desdeñar algunas de sus ideas como los chocheos de un anciano (algunos lo hacen), pero nadie puede negar el poder de lo que representa, o la forma en que ha usado (y honrado) su propio simbolismo durante 70 largos años. Esto es, por sí mismo, un logro a la altura de quitar la bandera nazi de la Acrópolis.

Le pregunto qué le anima, qué alimenta su pasión tras todas estas décadas de lucha. «118 amigos», dice. «Perdí 118 de mis camaradas. Fueron ejecutados durante la guerra civil. En esa época, antes de cada batalla decíamos lo que queríamos conseguir, nuestros sueños y objetivos, porque sabíamos que no todos sobreviviríamos. Queríamos que los supervivientes llevaran a cabo algunos de esos sueños. Yo sobreviví a toda esa gente».

Se levanta de la mesa y camina hacia un cuadro en la pared. Es un regalo de un pintor alemán. Es un retrato de su hermano.

«Mi hermano era tres años más joven que yo», dice con la voz más gruesa. «Lo ejecutaron con 19 años. ¿Cómo puedo olvidarlo? Se me aparece de vez en cuando. Me pregunta cómo van las cosas. Si hemos encontrado soluciones, si hemos hecho cosas. "¿Estás haciendo algo, Manolis", me pregunta. "¿Estás llenando ceniceros de colillas, simplemente hablando?"».

«Esto es por lo que estoy luchando», dice Manolis Glezos. «Estoy luchando por eso».