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Thatcher, Chacón y la taza de té

Meryl Streep como 'La dama de hierro'. / REUTERS

Aunque su personalidad y su circunstancia son muy diferentes a las de Margaret Thatcher, a Carme Chacón no le vendría mal sacar dos horas de cualquier día para ir al cine a ver La dama de hierro encarnada por Meryl Streep. No sólo por la genial interpretación de la actriz, sino porque podrá comprobar en la pantalla a qué se enfrenta una mujer que se lanza a disputar el liderazgo de su partido. Salvando las distancias -una fue de derechas y la otra es de izquierdas, una vivió en el siglo XX y la otra en el XXI-, hay una escena en la que ambas confluyen. Aquélla en la que Thatcher le comunica a su marido, Denis, en la cocina de casa que ha decidido plantar batalla para ser elegida líder del Partido Conservador. Entre perplejo y horrorizado, Denis le reprocha que siempre va a lo suyo, olvidándose de la familia.

Denis tenía sus razones. A esas alturas -y puede que a éstas también- pensar en una mujer al frente de un partido político era una extravagancia. Thatcher lo tenía todo en contra salvo una cosa: las ganas de ser líder desde bien pequeña. Con obstinación y tozudez se defendía de las miradas displicentes y de las risitas de los hombres cuando insistía en tomar la palabra en las reuniones. ¡Qué atrevida la niña! Sus perlas y sombreros la pertrechaban de ser el diputado más chocante de la Cámara.

Tener ganas de ser líder de un partido o presidente del Gobierno es un factor importante para llegar a serlo. No todo el mundo está dispuesto a llevar el tipo de vida que quiso Thatcher y quiere Chacón. Si no hay más candidatos a la Secretaría General del PSOE es porque los que podrían serlo no quieren ni atados. Eduardo Madina, Ramón Jáuregui o Manuel Marín son tres ejemplos y podría haber más.

La vocación de número uno se despierta desde la infancia. Así en Thatcher como en Chacón. Sólo en circunstancias excepcionales alguien de 60 años descubre que quiere ser el líder. Cuando Denis le pide que se case con él, Margaret le avisa: «Yo no soy como las demás, me debo al servicio público, no quiero envejecer fregando tazas de té». Chacón podría haber optado por agrandar la familia yendo a por una hermana para su hijo Miquel, pero la pulsión que la acompaña no se lo permite. Su principal handicap para ganar el congreso no es su condición de catalana, de la misma manera que la mayor dificultad de la ex primera ministra británica no era ser la hija de un tendero. El verdadero escollo es su condición femenina. Chacón, como Thatcher y muchas otras dirigentes políticas, ya ha probado la medicina administrada por la opinión masculina cuando le toman las medidas de los trajes con títulos tan ocurrentes como un tuit. Por ejemplo: Yo soy la Carmen de España y no la de Mérimée.

El primer problema de una mujer política es que la tomen en serio y no la traten como si fuera una muñeca. Si hay pocos hombres que aspiren al liderazgo, son muchas menos las mujeres dispuestas a combatir para ser número uno. Y no por las dificultades de llegar a la meta en un mundo mayoritariamente dominado por los hombres -que también-, sino porque las mujeres tienen otras prioridades vitales en el cerebro. Hasta una mujer tan de hierro como Thatcher puede fundirse cuando sus dos hijos pequeños salen llorando detrás del coche en el que su madre se dirige a tomar posesión del escaño en la Cámara de los Comunes.

No todas las mujeres soportan esa escena sin volver sobre sus pasos. El hilo conductor de la película tiene que ver con esto. Margaret paga en su ancianidad las consecuencias de volcarse en la política descuidando a su familia. Los fantasmas que más daño le hacen cuando se le aparecen en la habitación no son los de los mineros a los que dejó sin trabajo, ni los de las personas a las que quitó los subsidios, o los de los tories que la acabaron apuñalando. Lo que de verdad la trastorna es el espectro de Denis, su marido -«me voy, siempre te las has arreglado tú sola»-, la dolorosa ausencia del hijo que se fue a Sudáfrica y la infelicidad emocional de una hija con dificultades para besar a su madre.

La mujer que no quería envejecer fregando tazas de té acaba fregando una taza de té. No es un decir, sino una escena de la película que ayuda a comprender los conflictos íntimos de las mujeres para emprender la batalla del poder. La dama de hierro no es la vida de la líder madre del neoliberalismo, sino la historia de una mujer.

Thatcher fue una excepción como lo es Merkel en la Europa de la igualdad. Dos excepciones de acero puro. Aunque las apariencias pueden engañar, Chacón no tiene pinta de ser de hierro, por lo que aún lo tendrá más difícil.