La educación del carácter

Un personaje de Moliére «hablaba en prosa sin saberlo». Lo mismo ha sucedido con la educación emocional. Siempre se ha impartido, pero sin ser conscientes de ello. Baltasar Gracián ya dijo hace siglos: «De nada vale que el conocimiento se adelante, si el corazón se queda». Lo que ha cambiado, sobre todo tras publicarse el libro de Daniel Goleman La inteligencia emocional, es nuestra conciencia de la importancia de la educación emocional y de la necesidad de realizarla bien. Apareció entonces la educación emocional de primera generación. Sus objetivos eran conocer y gestionar las emociones propias y ajenas, y saber automotivarse. Ahora, asistimos a la aparición de una educación emocional de segunda generación, un enfoque más profundo, que no se limita a conocer y gestionar los sentimientos, sino que ayuda a construir una inteligencia generadora de buenos sentimientos. ¿Qué entendemos por buenos sentimientos? Aquellos que favorecen el bienestar (vitalidad, capacidad de disfrutar, optimismo, esperanza), los que ayudan a enfrentarse con los problemas (proactividad, seguridad en sí mismo, resiliencia, sentimiento del deber, tolerancia a la frustración y al esfuerzo) y los que favorecen la convivencia (empatía, solidaridad, amistad, amor). En los programas que he hecho para la Universidad de Padres (www.universidaddepadres.es) he incluido esta nueva educación emocional porque los padres tienen un protagonismo decisivo. Para ello, he aprovechado lo que la neurología y la nueva psicología evolutiva nos dicen. Los bebés nacen con unas pautas afectivas que determinan sus respuestas emocionales. Es lo que llamamos temperamento. Hay niños activos y pasivos, vulnerables o resistentes, sociables o insociables, perseverantes o volubles, fáciles o difíciles. De esas características hemos de partir para que adquieran unos adecuados esquemas emocionales. Ese proceso constituye la educación del carácter, objetivo prioritario de la educación. Durante los primeros años, el papel de los padres es básico. Todos sabemos lo que sería bueno para el niño. Actividad frente a pasividad. Seguridad frente a inseguridad. Autonomía frente a dependencia. Optimismo frente a pesimismo. Sociabilidad frente a insociabilidad. Valentía frente a cobardía. Creatividad frente a rutina. Responsabilidad frente a irresponsabilidad. Ánimo frente a depresión. Ahora sabemos que todos esos estilos afectivos son aprendidos y empezamos a saber cómo educarlos. O reeducarlos, si se han formado mal. Es una buena noticia.

J. A. Marina es filósofo experto en inteligencia emocional.