Aprender a gestionar la vida

El neurobiólogo Joseph Ledoux relata cómo le denegaron su primera beca de investigación sobre los circuitos del miedo en el cerebro en los años 80 porque quienes revisaron su proyecto alegaron que «era científicamente imposible estudiar las emociones». Esta anécdota muestra cuánto ha cambiado, en dos décadas, la percepción de la mente, las emociones y el aprendizaje ante la explosión de conocimientos sobre el cerebro. Lo que Ledoux acuñó como el «cerebro emocional» refleja una realidad que no teníamos clara hace 10 o 15 años: la simbiosis entre la emoción y la razón. Los humanos somos el resultado de condicionamientos genéticos y culturales que soportamos sin apenas ser conscientes del peso de esa mochila milenaria. Por ello, no todas las respuestas emocionales son eficaces o apropiadas. Ahora empezamos a comprender los mecanismos mentales que nos controlan. Y a medida que estos conocimientos lleguen a las personas, recuperaremos la posibilidad de gestionar nuestras vidas con más libertad y conciencia. Los programas de aprendizaje social y emocional que están llegando a las escuelas, por su enfoque práctico, ayudan al niño a ejercitar de forma habitual las habilidades básicas de comprensión, escucha, expresión y gestión de sus emociones, a tomar decisiones, a resolver conflictos… A vivir, en definitiva, de forma más consciente, creativa y colaborativa. Los últimos años han sido testigos de importantes meta-análisis que demuestran que los programas rigurosos de aprendizaje social y emocional tienen, además, un impacto en los logros académicos del niño. Es una de las muchas razones por las que Antonio Damasio, uno de los padres de la neurociencia, afirma que «es imprescindible que los líderes políticos y educativos comprendan lo importantes que son los conocimientos sobre las emociones para trasladarlos a las políticas educativas». Un factor inesperado (los alarmantes problemas de salud mental y emocional en Occidente) está acelerando ese cambio. Tenemos índices cercanos al 25% de ansiedad, depresión, comportamientos antisociales, suicidio, autolesiones y desórdenes alimenticios, cada vez más frecuentes entre los jóvenes. La única respuesta económicamente viable es la prevención. ¿Podemos facilitar entornos y comportamientos que influyan en el bienestar social y emocional? Sí y sobre todo las escuelas deben asumir un papel cada vez más relevante ofreciendo una plataforma que facilite la formación de los niños, familias y comunidades, y que promueva las habilidades emocionales.

Elsa Punset es filósofa experta en aprendizaje emocional.