Un poder sin precedentes para Rajoy

EL PP hizo del cambio un eslogan electoral en la reciente campaña. Hoy ha dejado de ser una simple consigna para convertirse en un mandato rotundo de los electores. Esa es la voluntad inequívoca expresada ayer en las urnas por los españoles: la formación de Mariano Rajoy obtuvo una holgada mayoría absoluta de 186 escaños que le permite y obliga a afrontar los graves problemas de España. Por el contrario, el PSOE sufrió un durísimo castigo de los electores, sus peores resultados en la historia de nuestra democracia.

Aunque la participación fue dos puntos inferior a las anteriores generales, el hecho de que el 71% de los ciudadanos fuera a depositar su sufragio -porcentaje muy superior al habitual en otros países- supone un triunfo de la democracia y una importante legitimación para el partido ganador en unos momentos en los que un sector de la sociedad española siente un frustrante desapego respecto a la clase política y las instituciones. Nadie podrá decir con autoridad eso de «no nos representan».

El mandato de los electores supone no sólo una gran oportunidad sino también una enorme responsabilidad para el PP, Mariano Rajoy y su equipo, que heredan un país con cinco millones de parados y unas cuentas públicas ruinosas. Ahora les toca gobernar y no cabe ya ambigüedad posible, teniendo en cuenta la dramática situación a la que deben enfrentarse y la presión de los mercados.

La mayoría absoluta confiere a Rajoy la posibilidad de gobernar sin pactar con CiU ni con ninguna otra minoría. Pero, además, el líder del PP concentrará un poder sin precedentes en la historia de nuestra democracia, ya que suma a esos 186 escaños en el Congreso, la gobernación de casi todas las comunidades autónomas y de una amplia mayoría de los ayuntamientos, incluyendo casi todas las grandes ciudades. Ni siquiera Felipe González en 1982 había acumulado tanto poder.

En otras circunstancias esa acumulación de poder sería peligrosa, pero una crisis como ésta exige un Gobierno que tenga las manos libres para tomar decisiones. A Mariano Rajoy se le puede exigir ahora no solamente que arregle la situación de la economía sino que además acometa una regeneración de la vida política, defienda la unidad constitucional y sea implacable contra la corrupción.

Rajoy va a tener que adoptar medidas impopulares, que no van a ser aceptadas probablemente por los sindicatos ni por la oposición socialista. La mayoría absoluta le obliga a actuar sin titubeos, pensando siempre en el interés general y asumiendo que tendrá que afrontar a corto plazo un desgaste político por llevar a cabo las reformas que necesita el país y que Zapatero no se ha atrevido a efectuar.

Su discurso de anoche rayó a una gran altura, demostrando contención, madurez y sentido del Estado. Prometió que gobernará «con responsabilidad» y «para todos», subrayó que el ajuste será equitativo y defendió los valores de la Constitución. «Gobernaré al servicio de España y de los españoles, procurando que por ninguna circunstancia nadie se sienta excluido de la tarea común», aseguró. Ojalá sea consecuente con estas palabras.

El PSOE sufre un durísimo castigo

El gran derrotado de la jornada fue Alfredo Pérez Rubalcaba, ya que el PSOE logró solamente 110 escaños, ocho por debajo de su peor resultado en las primeras elecciones democráticas de 1977. Hay que recordar que Joaquín Almunia obtuvo 125 en el año 2000 y renunció en la misma noche de los comicios a su cargo de secretario general.

No hay duda de que los electores han castigado al PSOE por la pésima gestión de la economía de Zapatero y su equipo, pero también ha pesado en la debacle socialista la malísima campaña del candidato, basada exclusivamente en el mensaje del miedo al PP y unas propuestas incoherentes e incluso estrambóticas.

Rubalcaba compareció anoche sin reconocer su responsabilidad en la derrota ni hacer el mínimo atisbo de autocrítica. Tuvo la osadía incluso de anunciar la celebración de un próximo «congreso ordinario» del PSOE, algo que le correspondería a Zapatero, que sigue siendo el secretario general.

Por sus palabras, da la impresión de que Rubalcaba pretende no sólo ser el jefe de la oposición en la próxima legislatura sino que se plantea suceder a Zapatero, como si el batacazo sufrido ayer no tuviera ni la más mínima consecuencia.

Rubalcaba ha vuelto a demostrar que antepone sus intereses personales a los del partido, que para él es un mero instrumento de sus ambiciones. Cualquier otro dirigente con un mínimo sentido de la responsabilidad habría sacado las consecuencias de una derrota tan aplastante por cuanto el PSOE pierde cuatro millones y medio de votos, retrocede en 59 escaños y sufre una desventaja de 16 puntos, en línea con las predicciones de las encuestas de Sigma Dos para EL MUNDO. Es el hundimiento más espectacular de la democracia con excepción de la debacle de UCD en 1982. Desde el punto de vista territorial, el PSOE no logra ser la fuerza más votada en ninguna de las comunidades y sólo supera al PP en votos en las provincias de Barcelona y Sevilla.

Uno de los cambios más importantes que suponen los resultados de ayer es el ascenso electoral de dos formaciones de ámbito nacional, IU y UPyD, que tendrán a buen seguro grupo parlamentario. IU pasa de solamente dos escaños a 11, mientras que el partido de Rosa Díez sube de uno a cinco. Habría que remontarse a los años 80, cuando el CDS de Adolfo Suárez se situaba como tercera fuerza política nacional, para encontrar cuatro grupos parlamentarios de partidos no nacionalistas. Ello es una buena noticia desde el punto de vista del pluralismo democrático.

Hay que resaltar el mérito de Rosa Díez, que, con una enorme limitación de medios, ha logrado unos resultados que superan cualquier expectativa realista: más de un millón de votos y casi un 5% del electorado, el doble en la Comunidad de Madrid. Como decíamos hace muy poco, UPyD tiene un importante papel que jugar en el Congreso en la defensa de los valores constitucionales y la unidad de España, la lucha contra la corrupción y la revisión del modelo de Estado.

Cayo Lara también puede felicitarse de unos resultados que permiten recuperar a IU un peso político que había perdido desde la marcha de Julio Anguita. No hay duda de que IU se ha beneficiado de una parte del voto de los indignados y que ha sabido capitalizar el descontento de un sector de la izquierda con el PSOE.

La peor noticia de las elecciones es el ascenso electoral de Amaiur, que logra siete escaños, superando los mejores resultados de Batasuna y accediendo a formar grupo parlamentario. El brazo político de ETA se convierte en una fuerza muy importante en el País Vasco, aprovechando la brecha abierta por la decisión del Tribunal Constitucional de legalizar la coalición Bildu. Una de las responsabilidades del nuevo Gobierno será vigilar cómo se comporta Amaiur y parar en seco cualquier pretensión de obtener ventajas por el adiós a las armas de ETA. Por último, merece también la pena destacar la victoria de CiU en Cataluña, que, mejorando los pronósticos, logra 16 escaños por 14 del PSC, que es superado por primera vez en unas generales por el partido que lidera Artur Mas.

Las elecciones de ayer marcan el inicio de una nueva etapa en España tras dos legislaturas socialistas. Ahora le toca gobernar a Mariano Rajoy con plenos poderes para hacerlo. Todos los demócratas debemos darle un amplio margen de confianza.