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  • Arcadi Espada

La vida universitaria

SEQUEIROS

Querido J:

Contra lo que ha sido norma en los últimos 18, este año nuestro común amigo Espada no dará sus clases de Periodismo en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Cuando me enteré de la noticia la atribuí de inmediato a la edad, que mella. Recordé lo que más de una vez me había dicho con su énfasis fanfarrón y melancólico: que sólo notaba el paso del tiempo en el aula y en ningún otro lugar (esto último lo decía siempre en negritas); y no a causa de la desmoralizante constatación de que sólo ellos seguían cada año igual de jóvenes, sino porque notaba que las clases le costaban un esfuerzo físico creciente. Ya sabes que era dado al método clásico, no sólo porque llevara siempre corbata en el aula y a menudo convirtiera sus clases en preguntas (dos signos vinculados y significativos de cuánto le costaba a su naturaleza real el profesar), sino también por esa afición peripatética que le hacía dar dos veces la vuelta al mundo en su aula. Pero no era el cansancio. Tampoco el dinero. Le había oído quejarse del dinero que cobraba en la Universidad, aunque yo siempre escuchaba sus lamentos con media sonrisa porque los profesores asociados de la Pompeu Fabra han sido siempre los mejor pagados de Cataluña. Cuando le hacía notar la circunstancia, se reafirmaba en el miserable desprecio que el sistema tiene por las profesiones duras y vertebrales, entre las que, aparte de maestro y profesor, siempre citaba la de enfermera. Y era peligroso insistirle por ahí, ya que podía sacarte el fajo de charlas y conferencias que le solicitaban universidades españolas y que había rechazado a causa del «ofensivo estipendio previsto, intolerablemente alejado de que lo cobra el diseñador del logo que han puesto ustedes en el anuncio del ciclo de conferencias», según alguna de sus textualidades. De ahí que al tener noticia de los humillantes recortes dispuestos por el Gobierno catalán, que disminuían hasta un 40% el salario de un profesor asociado de la Pompeu, pensé de inmediato que el profesor Espada se despedía de todos ustedes. Y debo decirte que aún sigo creyendo que su vocación docente no habría superado el recorte, de no haberse impuesto razones previas y decisivas para su apartamiento de la docencia. La primera, ¡abrótano macho!, había sido la desaparición de su asignatura del nuevo plan de estudios. Nuestro amigo ha cerrado un número infinito de revistas, varios periódicos, alguna cadena de televisión, fábricas de aceite, el suquet de Portabella y está en trámites de acabar con su oficio; pero le faltaba la muesca de una asignatura universitaria, mucho más relevante si se trata, como es el caso, de la asignatura de Lengua Española, que durante 19 años ocupó plaza en los estudios de Periodismo de la Pompeu, y lo que es más interesante, dando regularmente razones para su mantenimiento y aun su potenciación, porque el profesor Espada, que no negó nunca la paulatina mejora en la preparación global de los alumnos, constataba cada año que la organización lingüística de sus cabezas no presentaba, en la más optimista de las hipótesis, mejoría alguna. Dado el raro carácter catalán de su asignatura, tenderás a pensar malintencionadamente sobre su desaparición y a vincularla, ya muy extremadamente, con el aún más raro carácter de las opiniones políticas de nuestro amigo: ¡así se mataban dos pájaros de un tiro!, pensarás. No te desengañaré, desde luego. Que te desengañen los que tomaron la necia decisión y los que la refrendaron. Pero debo advertirte de que el nuevo plan de estudios también se ha llevado por delante la asignatura de Lengua Catalana. Es cierto que su desaparición tiene una importancia menor, por dos razones que es divertido relacionar: la primera, porque la lengua catalana es la lengua vehicular y de comunicación entre profesores y alumnos, y eso garantiza una intimidad y un conocimiento que no se dan con el castellano. Y la segunda, porque el catalán es absolutamente minoritario en la prensa escrita, ¡no ya del ancho mundo!, sino de la propia Cataluña, y lo primero es lo primero, ya verás. Tú comprendes la importancia de la lengua vehicular. Como es obvio, dada la asignatura impartida, nuestro Espada no tuvo nunca el más mínimo problema para utilizar el español. Pero su vehículo lingüístico no salía fácilmente del carril. Baste como ejemplo una historia que le oí contar alguna vez, y que tiene como protagonista principal a Salvador Alsius, responsable del Departamento de Periodismo cuando se aprobó el nuevo plan de estudios, y hoy vicedecano. Un año llegó una alumna de Asturias, pobrecilla. A los dos meses Alsius la examinó. Eran muchas preguntas. La alumna le pidió que se las tradujera. Era un examen final y no quería malinterpretarlo. Alsius se negó. Contaba esto Espada y decía, con su aparatosa indignación, que la culpa era de la alumna: que si no había cogido mapa para orientarse al salir de Asturias. Pero hizo dos cosas más: aludir al asunto en un claustro y darse de baja en el Colegio de Periodistas que Alsius entonces dirigía. La verdad es que hacía años que buscaba un motivo heroico para salirse de esa zahúrda y no lo desaprovechó. Centrémonos, sin embargo, porque estás a punto de saber la razón (¡y las formas!) por la que un profesor de una universidad pública catalana puede dejar de serlo después de 18 años, y esto es lo sustancial más allá de las justas lingüísticas. El pasado 3 de octubre, y extrañado de que nadie se hubiera dirigido a él para comunicarle las rutinas del inicio de curso, el profesor Espada escribió al decano Casasús. Incluía este párrafo, que te traduzco: «Como comprenderás, no puedo pensar ni por un momento que después de 18 años se rompiera mi vinculación con la Facultad sin que el decano -un hombre con educación- se dirigiese a mí, por carta o en persona, para explicarme los motivos del nuevo estado de cosas». El decano le contestó. Tengo su carta. Pero Espada no me deja enviártela. Te bastará saber que la única razón que de su apartamiento universitario da el decano no tiene que ver con los recortes ni con la desaparición de su bonita asignatura. Es que Espada no hacía vida universitaria. No es que no impartiera sus clases, asistiera a las vacuas y escasas reuniones a las que era convocado y cumpliera rigurosamente con sus obligaciones. No. Justificándole que necesitabas pruebas para creerme, he podido arrancarle estas líneas de la patética carta del decano: «También es de personas educadas llamar de cuando en cuando a la puerta del despacho de al lado, donde trabaja la persona que te contrató hace casi 20 años». Habrás comprendido. La vida universitaria. No enseñar, no leer, no escribir, no pagar deudas. Toc, toc.

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A.