Pregunta.– ¿Qué tal el confinamiento?
Respuesta.– Estoy recluida en una casa que mi novio y yo compramos hace dos veranos, está a dos horas de Nueva York. Le he dejado mi apartamento de la ciudad a un amigo que necesitaba estar en aislamiento. Estoy triste y angustiada. El virus está ahondando las ya de por sí profundas desigualdades que existen.
P.– ¿Lleva bien el aislamiento?
R.– Si te dedicas a escribir es probable que estés acostumbrada a estar sola. Y he tenido experiencias de aislamiento en condiciones más extremas, como cuando estuve de voluntaria en el Cuerpo de Paz en Kirguistán. Cocino, leo, hago algo de yoga en Zoom... Intento ser útil y renunciar a esa falsa obligación que nos induce a ser productivos todo el rato.
P.– ¿Cómo afectará toda esta crisis a la política norteamericana?
R.– En mi cabeza no hay posibilidad de ser mínimamente humano y no emerger de esta pandemia habiendo concluido que la única solución para mantenernos a flote como sociedad es requisar la riqueza y crear una red social universal de seguridad. Cada día que pasa está más claro que nuestro sistema capitalista es ilógico, absurdo y punitivo: ¿por qué muchos de los que ahora llaman ‘trabajadores esenciales’ no disfrutan de ninguna protección por parte de sus empleadores? ¿A quién se le ocurrió la nefasta idea de asociar trabajo y seguro médico? No tiene sentido.
P.– No suena muy optimista.
R.– Mira al Partido Demócrata, acaba de nominar a Joe Biden, un político centrista que no apoya la sanidad universal. Y los índices de aprobación de Trump son altos. Nuestro supuesto partido de izquierdas no es, en realidad, de izquierdas. La política americana de hoy me desespera mucho más que el virus.
P.– Acaba de anunciar que está embarazada, ¡felicidades! ¿Es raro traer una nueva vida al mundo en estas circunstancias?
R.– Intento no hacer demasiadas conjeturas. Veo el futuro más opaco que nunca, lleno de una tristeza de la que es imposible escapar. Tengo sentimientos encontrados respecto al hecho de traer hijos a un mundo que está en declive. Confío en que la próxima generación tenga otra relación con el tiempo y los recursos en general… ser madre ahora es un acto de optimismo ciego, entiendo que para algunos pueda resultar indefendible. Por otro lado, me alegra pasar por esto ahora, es como un recordatorio físico de que a duras penas existimos un momento en la tierra.
P.– En sus ensayos aboga por un mayor activismo en la vida real y por rebajar nuestra vida en internet, pero el virus está haciendo todo lo contrario, potenciándola, ¿no?
R.– Esta crisis está sacando a flote las cosas buenas de internet, pero también nos está haciendo ver que nunca podrá suplantar o sustituir la vida real. Quedar con tus amigos en Zoom está bien, pero no es nada comparado con verlos en persona.
P.– Antes de convertirse en algo mainstream, la última oleada feminista empezó a gestarse en webs independientes. La mayoría ha acabado cerrando, ¿qué nos dice eso?
R.– Lo que demuestra es lo extremadamente monetizable que es el feminismo y cómo funciona la publicidad en internet. Las webs independientes son ya insostenibles porque Facebook y Google se quedan con una parte importantísima de los ingresos. Es el capitalismo depredador: estamos entrando en un mundo en el que solo las entidades más estables y mejor financiadas sobrevivirán.
LA ÚLTIMA PREGUNTA
EN UNO DE LOS ENSAYOS CONFIESA QUE DEJÓ DE CREER EN DIOS EL AÑO EN EL QUE PROBÓ EL ÉXTASIS. Así lo sentí, me pareció que las dos experiencias me provocaban cosas muy parecidas: una vulnerabilidad de aire transcendental y una gran apertura y generosidad hacia los demás.