ANTONIO LUCAS

EN EL CENTRO DEL SILENCIO

A las 8.30 de la mañana abrí los balcones, miré hacia la Plaza de Ópera y después de comprobar que dentro de las ciudades desiertas sigue habiendo una actividad frenética (pájaros, algún insecto, el sol abalanzándose sobre las plantas del macetero, la brisa tibia...), escuché algo insólito: unos tacones retumbaban en la calle al golpear la acera. Unos tacones que acusaban aún más el silencio. Si de mañana, un sábado cualquiera en el centro de Madrid, sientes el caminar de alguien en tu calle desde un segundo piso es probable que aún no sea la mañana o que tú no estés del todo en la vida.

Bajé media hora después y comprobé algo inigualable: nada sonaba. Ni el barrio. Ni el jolgorio de los cuerpos. No sonaba el estar vivo. Sólo unas campanas. El silencio puede ser un estado visual del alma, una señal de desfallecimiento. Un principio o un fin. Algo muy hermoso o muy intempestivo. En las fachadas ya asomaba la gente. Conversaban de balcón a balcón, como aprendiendo de otro modo a conocerse. Ya eran las 10 cuando en la calle del Espejo una chica timbró un telefonillo: «Mamá, no puedo subir. ¿Estás bien? No cogías el móvil... Es que no puedo subir, mamá. De verdad. Ten cerca el móvil. Te llamo en 15 minutos... No puedo, mamá, no puedo, si te contagio qué... Yo estoy bien. Ahora hablamos».

A pleno día pensé que en mi barrio, en el nudo de calles del Madrid de los Austrias, no resulta fácil ser un personaje ficticio en un sitio ficticio. Porque eso parece este Kilómetro 0, este centro de todo, este desalojo de mundo: un escenario improbable. No pensamos que todo se acabaría tan pronto. Quiero decir todo lo que la calle tiene de arterial, de roce, de sonidos. Cualquier calle del centro donde vivir suena ahora a celosía.

Pasé por la calle del Lazo y fui después a la Plaza de Ramales. Me asomé al Día de la calle de Santa Clara, donde la cautela de no tocar nada es la única certeza. Prometo que vi a un hombre coger unas latas con pinzas de barbacoa. Creo, incluso, que respiramos con menos aire en la boca. Me crucé con un cura. Durante media hora fue al único humano que vi, ya cerca de La Almudena.

Pensé en cómo sonaría ahora una tos recia en cualquiera de estas calles. Y en si pareceríamos Orson Welles huyendo de Carol Reed por las alcantarillas de Viena en El tercer hombre. Para superar la psicósis del más allá todas las culturas han establecido ritos extraños y eficaces alrededor de la nada. El problema es cómo superar la psicósis del más acá en dos días de confinamiento. En tres días de confinamiento. En 10, cuando se cumplan. El centro de Madrid es una lección de responsabilidad parada en el tiempo, inalterable, iluminado por el sol y nuestro miedo.

Llegué a la Plaza de Oriente y un espontáneo había dejado sus hongos mentales en el cierre de un quiosco de helados: «A Europa le hacía falta un susto». El imbécil olvidó que lo que falta es la vacuna.

De algunas ventanas sale música. Muchas músicas distintas según avanza la mañana o llega el mediodía. En la iglesia de Santiago hay ocho personas para una boda. Y visten de boda. Sonríen y hablan de cómo pasar estos días con forma de siglos. Es una boda en medio de la nada. Una boda rodeada de edificios y gente que se asoma a los balcones. Parece una boda en un foso, una boda clandestina. Y por eso es lo más animado del día. Sólo de mirarla parece que estás más vivo, pues algunos silencios te envejecen de golpe.

Para entrar en una iglesia y casarse en un día de alerta nacional hay que tener un valor revolucionario. O creer desenfrenadamente en Dios. O estar realmente convencidos de que es para siempre. En la plaza no había ni curiosos, con lo que eso eleva una boda.

Vi, poco después, cómo recogían el único quiosco de prensa activo en Ópera. «Cerramos, por responsabilidad. Además, tengo una nieta pequeña y no la quiero contagiar. Ya no sé cuándo volveremos a abrir. Esto es tremendo...».

Regresé a casa. Abrí de nuevo los balcones. Saludé a alguien de enfrente. No sé a quién. El centro de Madrid, donde sólo hace tres días todo aún sonaba, quedó ayer callado en legítima defensa.