Inger Enkvist, catedrática emérita de español en la Universidad de Lund (Suecia), se ha dedicado a lo largo de cuatro décadas y 40 libros a advertir de los peligros de la Nueva Pedagogía, esa corriente que apuesta por que la iniciativa del aprendizaje la lleve el alumno y dice que no tiene sentido aprender datos concretos porque ya están en Google. En Controversias educativas (Encuentro), ve parecidos entre esta tendencia que impera en los colegios y la instrumentalización de la escuela catalana por parte del nacionalismo. Dice que las dos «han dejado de tener respeto por el conocimiento» y se basan más en las emociones que en los hechos.
Pregunta.– ¿Qué controversias educativas hay en España?
Respuesta.– Hay debates no resueltos entre lo público y lo privado, lo religioso y lo laico, las competencias autonómicas y la gestión del Estado, la escuela que es igual para todos y la que asume que los alumnos tienen distintas capacidades. También son controvertidos tópicos como el que dice que ya no tiene sentido aprender contenidos concretos, o el que señala que los alumnos deben construir su propio proceso de aprendizaje y el profesor debe limitarse a ser un guía.
R.– ¿No está de acuerdo?
P.– Son cosas que suenan bien pero no funcionan. La nueva tendencia es que el maestro se acomode a las preferencias del alumno y busque, sobre todo, su felicidad, pero la instrucción se diluye y éste no adquiere una base de aprendizaje. A la mayoría de los niños no les gusta el enorme esfuerzo que supone aprender a leer. Así que necesitan que el profesor les dirija. Singapur o Corea del Sur consiguen con palo y zanahoria que muchos alumnos estudien. Pero en Occidente se les trasmite a los críos que deben hacer lo que les gusta.
P.– Usted responsabiliza de ello a la Nueva Pedagogía. ¿Qué es?
R.– Es un dogma que se remonta al siglo XVIII y a Rousseau pero que impera en las escuelas actuales con propuestas como la de que el alumno elija lo que quiera estudiar o, en España a partir de la Logse, con la llamada escuela comprensiva, donde todos los alumnos estudian dentro de la misma aula. Pero la escuela igual para todos es maltrato para los alumnos, porque tienen distintas capacidades, intereses, voluntad y ritmos.
P.– ¿Los países con esta tendencia han empeorado los resultados?
R– Los países del este asiático, que no pierden el tiempo en estos debates y persiguen que sus alumnos mejoren de forma rápida, están logrando muy buenos resultados en PISA con lo tradicional. También Finlandia, Estonia, Irlanda y Portugal, que mantienen la exigencia y los exámenes, no dan más importancia a la psicología del alumno que al currículo y no trabajan tanto en equipo ni por proyectos. Mientras, Reino Unido, Alemania y Suecia ya no están en los primeros puestos, porque han reducido la exigencia. Las escuelas que logran buenos resultados trabajan con métodos tradicionales.
P.– En diciembre habrá nuevo informe PISA. ¿Cómo ve a España?
R.– No sobresale. Además de la mejorable calidad de los maestros de Primaria, es un error que no haya reválidas como en otros países, porque elevan el nivel y unifican a las CCAA.
P.– ¿Los alumnos de ahora tienen menos nivel que antes?
R.– Tienen menos conocimientos de lengua y de cultura general. Profesores universitarios españoles me cuentan que sus estudiantes no saben dónde ubicar los países y tienen lagunas muy básicas. Se han presentado como una modernización cambios que implican reducir la materia. Si se reformaran la ESO y el Bachillerato para que tuvieran mayor nivel, funcionaría mejor el ascensor social y no haría falta que tantos jóvenes fueran a la universidad.
P.– ¿Están yendo demasiados?
R.– Llama la atención la masificación de los campus españoles, pese a que no hay trabajo para todos. Deberían tener menos estudiantes pero exigirles más. Ahora la universidad funciona como un aparcamiento para jóvenes, porque no se sabe qué hacer con todos ellos. Es caro y deprimente para los que quieren dedicarse a aquello para lo que se forman.
P.– Las universidades catalanas han suscrito un manifiesto en el que piden la autodeterminación e instan a protestar contra la sentencia del 1-O.
R.– La actuación de los rectores obliga a preguntarse cómo han sido nombrados. Si lo han hecho con criterios políticos, debería cambiarse el modo de designarlos.
P.– ¿Cómo se ve desde Suecia lo que ocurre en Cataluña?
R.– Algunos piensan que las minorías siempre están oprimidas y que las mayorías son malas. El nacionalismo ha hecho una propaganda intensiva y, si escribes algo que modifique la imagen del paraíso catalán oprimido por los españoles, te atacan.
P.– Viaja a Cataluña con regularidad. ¿Ha visto adoctrinamiento?
R.– Conozco a personas no creyentes que llevan a sus hijos a colegios privados católicos para que no les adoctrinen. Tengo un amigo profesor de Filosofía, socialista convencido, que se deja parte del sueldo en un colegio privado para que sus hijas aprendan castellano y no se conviertan en robots independentistas. Respecto a los libros de texto, está fuera de duda que hay adoctrinamiento en ellos. Si un foráneo los lee, pensará que Cataluña y España son dos países distintos. Intentan dar una idea de la Historia que no es la que los expertos han consensuado. Cuando estuve en el Museo de Historia de Cataluña vi a una profesora que explicaba a sus alumnos la Guerra de Sucesión de forma victimista, haciendo hincapié en lo emocional. «Mirad lo que nos hicieron los españoles», les decía a sus alumnos de 10 años.
P.– Este énfasis en lo emocional es uno de los males de la época.
R.– A los alumnos les dan opiniones, no hechos. La escuela está dejando de tener respeto por el conocimiento, la base de la institución educativa. La Nueva Pedagogía dice que el conocimiento no importa tanto como que los alumnos se sientan a gusto. Todo va en la misma dirección.
P.– Como profesora de lenguas, ¿cree que la inmersión lingüística es un modelo adecuado?
R.– Los alumnos en Cataluña no están aprendiendo bien castellano en su forma culta. No se puede tener el mismo nivel estudiando en esta lengua sólo dos o tres horas a la semana frente a alumnos de otras autonomías que dedican 20 horas. El modelo genera desigualdad y afecta a la igualdad de oportunidades, porque perjudica más a los jóvenes de familias con bajo nivel sociocultural.
P.– ¿Es partidaria de recentralizar las competencias educativas?
R.– Sí, fue un error darlas. Al Estado le ha faltado coraje para intervenir cuando se vieron los primeros síntomas: tanto el PP como el PSOE han escondido la cabeza y erróneamente han creído que, si no hacían nada, el adoctrinamiento iba a desaparecer. He estado con representantes educativos de las CCAA que me han reconocido que son 17 países: cada uno va a lo suyo. Multiplicar por 17 los esfuerzos no mejora los resultados.