LA ENTREVISTA FINAL

«El escritor debe soslayar la censura y corroer el tabú»

JUAN MANUEL DE PRADA.Baracaldo, 1970. Escritor. Facha y podemita, la gran esperanza y la promesa incumplida, intelectual y tertuliano... Sujeta mil etiquetas y dice que ninguna le cuadra. Publica ‘Lucía en la noche’, una novela de misterio y amor.

Pregunta.– Es la tercera vez que su protagonista se llama Alejandro Ballesteros y, además, es un escritor de éxito temprano en crisis vital, ¿cuánto De Prada hay en Ballesteros?

Respuesta.– Mis libros no son autobiográficos en el sentido de que la peripecia que cuento es ajena a mí; sin embargo, lo que anima esa peripecia sí es el poso que la vida te deja. Uno de los acontecimientos nucleares que me ayudaron a concebir la novela es el peor pasaje de mi vida: mi divorcio, que me trastornó por completo, me hizo abandonar la escritura y entregarme a la disipación y la depresión. Pero eso me llevó a conocer a mi mujer actual y a un proceso de renacimiento y regeneración.

P.– Es una novela de misterio y amor, ideas que sublimamos de jóvenes y en las que se suele perder fe con la edad. ¿Usted aún cree?

R.– La vida pierde misterio porque nosotros perdemos curiosidad. En cuanto al amor, por muy cínico que seas, por más sucedáneos que inventes, lo sigues necesitando. Todos aspiramos al amor porque hemos sido creados para estar unidos. Es el meollo de la existencia y del acto creativo. En mi novela, para el protagonista conocer a Lucía es dejar al hombre viejo y sufrir una metamorfosis completa.

P.– ¿Es esa parte autobiográfica?

R.– Sí. Sé que ahora se dice que la mujer no tiene que ser musa. Es una monserga demencial de cierto feminismo. No veo mejor forma de cambiar eso que llaman el patriarcado que ser musa, porque la musa transforma radicalmente al hombre, te levanta de los escombros.

P.– ¿Escribe pensando en no ofender?

R.– Vivimos una época ferozmente censora en la que los paradigmas culturales se están imponiendo de una manera inquisitorial, pero los grandes escritores siempre han sabido sortear estos escollos. Es la obligación del escritor: soslayar la censura y corroer el tabú.

P.– ¿Quién promueve esta nueva censura?

R.– La censura siempre viene del poder establecido. Y hay un macizo de poder que en las últimas décadas tiene una matriz izquierdista, pero la derecha se ha sumado gozosa en un consenso diabólico. Para los antimodernos como yo, es la ocasión propicia para desenmascarar esta amalgama de poder maléfico.

P.– Siempre se define como antimoderno, ¿a qué se refiere exactamente?

R.– Es una persona que no se adhiere a las ideologías modernas, que son herejías de la visión abarcadora del ser humano, que es la visión cristiana tradicional. El antimoderno descree de ese concepto moderno de traer el Paraíso a la tierra, que es lo que pretenden las ideologías y es una de las ideas más calamitosas de la historia de la Humanidad.

P.– ¿Es ese antimodernismo el origen de las contradictorias etiquetas políticas que recibe?

R.– Sí. Cuando me llaman facha o podemita, es como si me vieran flaco y unos me gritasen que es porque estoy a dieta y otros, por hacer deporte: «¡Dietético! ¡Deportista!». Y entonces les tienes que aclarar: «No, es que yo no estoy flaco; estoy gordo». Se ha perdido la capacidad de entender a una persona cuya visión del mundo rechaza las ideologías modernas.

P.– ¿No hay ideología buena?

R.– En sus inicios aspiraban a suplantar a la religión y desarrollar una pseudoteología propia, pero han perdido sus esencias y ahora son líquidas. Personajes como Pedro Sánchez son totalmente líquidos y adaptables a las circunstancias. En España, el mensaje es cada vez más fanático y esquemático. Y esto propicia soluciones simples a problemas complejos, lo que sólo provoca más dolor y daño.

LA ÚLTIMA PREGUNTA

¿DISFRUTA ESCRIBIENDO?Disfruto terminar. El que dice que no sufre escribiendo es un impostor. El escritor necesita alimentarse espiritualmente, que vibre su alma. Y cuando lo hace, debe plasmarlo en papel. Es una predestinación terrible, pues volcar esa vibración es una tortura que te desgarra. La tentación de dejar de escribir está ahí siempre.