Trozos del Muro

CUANDO Artur Mas firmó su decreto (el decreto que facultaba a Artur Mas) en el acto en que todos están con las manos juntas en la entrepierna como si les fuesen a sacar una falta menos Junqueras, que tiene los pulgares metidos en los bolsillos mientras mastica mentalmente un chicle, ocurrió un error en Matrix, una discordancia entre el mundo viejo que encarna la ley, y el nuevo representado por la voluntad popular. Lo que pasó fue que los consellers se saltaron el protocolo –la Constitución aún, ¡pero el protocolo!– y se abalanzaron sobre el papel que había firmado Mas, porque Mas terminó de firmar y golpeó su pluma catalana contra la mesa como si fuese un vaso de chupito vacío, que lo era. Una vez allí los consellers sacaron sus teléfonos móviles y se pusieron a hacer fotos: era su primer delito. Una de las desgracias de mi vida fue subir esposado a un coche de policía sin que me viese nadie del barrio de O Cruceiro, donde pensaban que nunca iba a llegar a nada. Toda la solemnidad de Mas ese día, como pasar la noche fuera de casa, algo en lo que insistieron los periódicos ajenos al corazón, fue insoportable para los consellers, que se emocionaron. Cuando el poder introduce una emoción en el pueblo el pueblo responde con creces, pero a veces se lleva tan lejos la teatralización que el propio poder, abrumado, se emociona también, y cuando eso pasa corre a abrazarse al pueblo. No se me ocurre peor momento que el de la comunión entre el pueblo y su Gobierno, sobre todo para el público. En ese momento se acaba la tensión dramática y empieza la farsa, como si en la despedida de Casablanca se le viese la cabeza a un técnico. El caso es que era vox populi que se estaban haciendo fotos en la intimidad, que muchos están cogiendo partes del proceso como ladrillos del Muro para venderlos dentro de diez años porque hasta de la Historia, o precisamente de ella, se puede hacer negocio, pero la imagen no deja de impactar. Fue como ver qué ocurría dentro de sus cerebros japoneses. Querían inmortalizar lo que había nacido muerto y fueron al folio como al canapé, a codazos. En esa estatua deslomada de Pujol sólo faltan ellos rodeándola como en un accidente de tráfico. Sólo por la rendija que separa ambos universos puede contemplarse, asomándonos al borde teórico de un agujero negro en el que observar el pasado y el futuro, cómo los nuevos independentistas han decretado que en un mundo hecho a medida primero es la foto y luego la acción, de la misma manera que hicieron primero la trampa, y luego corriendo la ley.