La larga agonía

Entre todos la mataron o, al menos, la hicieron agonizar y no sabemos cuánto durará su camino hacia la muerte por consunción natural inducida. Televisión Española, que ha sido el objeto de deseo de todos los gobiernos que en España han sido, consiguió aguantar con éxito el desafío que supuso para su supervivencia el nacimiento de las primeras cadenas privadas. Pero, con una estructura gigantesca y una plantilla sobredimensionada, no podía aguantar durante mucho tiempo el pulso sostenido de la progresiva aparición de una amplia variedad de cadenas que, entre otros efectos, dividió dramáticamente para TVE la cuota de pantalla. Sin embargo, y a pesar de todo el peso muerto que ya llevaba consigo y que le impedía moverse con la agilidad de antaño, la cadena pública mantuvo durante años el liderazgo de la audiencia y, desde luego, no tenía rival a la hora de concentrar muy mayoritariamente al público ante su señal en los acontecimientos más relevantes.

Pero recibió un primer golpe mortal que puso en peligro su supervivencia. Le fue asestado por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero cuando mandó suprimir la publicidad y privó a la cadena de esa fuente complementaria de ingresos. Esa exigencia le fue planteada al Gobierno de entonces por la Uteca (Unión de Televisiones Comerciales Asociadas), con el argumento de que la financiación de TVE con publicidad ponía en grave riesgo la industria audiovisual y amenazaba con llevar a todo el sector al colapso.

Desde entonces, enero de 2010, todo ha sido un arrastrar penosamente unas cuentas lastradas por la deuda incesante que la aportación del 3% de los ingresos anuales de las televisiones comerciales no ha paliado de ninguna manera.

Porque el cepo que atenaza a la corporación no se lo han puesto sólo las medidas restrictivas del Gobierno en materia de ingresos publicitarios. Otro cepo férreo está instalado dentro de la estructura de esa Casa y se llama poder sindical. Las organizaciones sindicales de Televisión Española han logrado, por ejemplo, imponer un convenio de dos años de vigencia por el que se ha blindado la plantilla. De manera que, al contrario que en el resto de las empresas españolas, en TVE no se puede despedir a ningún trabajador hasta finales de 2015. Habida cuenta de que el 40% del presupuesto de la cadena pública está destinado a pagar los sueldos del personal, no hay que explicar mucho más para saber qué clase de dogales tiene TVE cerrándose en torno a su cuello. Y ninguno de ellos tiene visos de ir a aflojarse.

Echenique ha pedido al Gobierno una ayuda de 130 millones. Montoro no se los va a dar. Mientras tanto, TVE, que durante tantos años ha producido la excelencia a raudales, ahora pierde audiencia incluso en sus informativos, cuando hace no mucho eran los líderes indiscutidos del panorama audiovisual.

Falta del oxígeno que le daría una financiación suficiente y una estructura de costes liberada de servidumbres, a la cadena pública la esperan tiempos de larga agonía. Pero su hundimiento sería una pérdida irreparable para la sociedad española, porque el papel que cumplió durante años y podría seguir cumpliendo no lo va a sustituir nunca la oferta de las cadenas comerciales.