A un tarado de distancia

Que unos falsos trabucaires simulen disparar contra un concejal del PP no tiene nada que ver con el independentismo. No es un problema ideológico, es un problema mental. Como todo proyecto colectivo, el independentismo basa su estrategia en azuzar a las masas con imposibles promesas de felicidad, e inevitablemente emerge el submundo de las cloacas y lo que prevalece es la tara.

El problema de Carme Forcadell, presidenta de la Assemblea Nacional Catalana, no es que sea independentista, sino que es una mujer claramente inestable. Joan Puigcercós, cuando era presidente de ERC, se negó a que encabezara la lista de Sabadell porque esta mujer no está en sus cabales. El problema de estos movimientos que van de «abajo hacia arriba» es que a veces abajo es muy abajo.

A Muriel Casals, presidenta de Òmnium Cultural, me la imagino siempre como a mi difunta tía Teresa, que se levantaba de madrugada a por un vaso de agua y no podía orientarse. A veces tardaba horas en encontrar su cama, con el edredón forrado de senyeres. Más que vicepresidentes, necesitaba enfermeras. Eso por no hablar de Ada Colau, que va a las casas de los demás a tratar de recuperar lo que extravió en su vida desahuciada; o de aquella demencial monja Forcades, ruina de Dios, subproducto de la fe. Antes las monjas, como mínimo, sabían coser.

Pero no sólo en la agitación callejera se ha perdido la cordura. También el nuevo coordinador general de Convergència, Josep Rull, demostró no andar demasiado centrado cuando la semana pasada afirmó que a pesar de que en CDC creen que Cataluña necesita un «Estado propio», no se definen como «un partido independentista»: saben que ello les llevaría a romper Unió y a dejar el soberanismo en minoría. La «radicalidad democrática» que tanto le reclaman a España son los primeros en pervertirla confundiendo a su propio electorado.

Artur Mas dice ahora que no hará una consulta sin el aval del TC, como si desde el principio no se supiera que este aval nunca iba a ser concedido. Como explicó Arcadi Espada, hace quince días, en la conmemoración de la batalla de Talamanca, el president se puso firme ante un grupo de actores disfrazados de miquelets (un cuerpo paramilitar que en la Guerra de Sucesión luchó con Cataluña), degradando de este modo su Presidencia a grotesco baile de disfraces.

Que durante la Fiesta Mayor del pueblo de Cardedeu, la semana pasada, un grupo de falsos trabucaires –una figura que evoca a los bandoleros catalanes del siglo XIX– simulara disparar contra el domicilio del concejal del PP, Jaume Gelada, tiene que ver con la tara, con la enfermedad, y no hay ningún independentista que esté bien de la cabeza –que los hay, y muchos– que no esté horrorizado viendo cómo los tarados desbaratan sin piedad todos y cada uno de sus propósitos.

Cuando la turba se junta, la Humanidad palidece. Cuando alguien pretende convertir la verdad en clamor de mayorías, todo termina en grosera mentira. El «nosotros» es el crimen por defecto, y el más veces repetido. Primero dispararon contra una caricatura del Rey Juan Carlos y otra mía. La semana pasada se personaron en un domicilio. Yo nunca he tenido miedo de monstruos que no existen. Estamos a un tarado de distancia de un muerto verídico.